Relaciones de viajeros

86 ESTUARDO NU~EZ Yo regresé a Guayaquil, habiéndoseme propuesto al día siguien– te una misión política para el Perú. Algunos acontecimientos retardaron mi partida. Guayaquil se-– guía siendo una república independiente. Pero ¿podría subsistir mu– cho tiempo este estado de cosas? ¿Tendría recursos suficientes para hacer respetar su independencia por los vecinos más poderosos? Es muy justo ponerlo en duda, y la toma de posesión, sin golpe alguno, por orden de Bolívar, me parece que podría disipar las dudas a este respecto, y convencer de su impotencia a los más acalorados partida– rios de su libertad. Por otra parte, grandes intereses la retenían o bien a Colombia o bien al Perú. Los gobiernos americanos no conocían la contribución territo– rial, no teniendo otros ingresos que el de las aduanas y los impuestos. Ahora b ·en, Guayaquil solo producía cien veces más que todos los puertos reunidos de la costa occidental de la República, Panamá in– clusive. Aparte de este interés general, .existían otros intereses de una utilidad más especial. Colombia lo necesitaba para poner a Quito, Pasto y la meseta de las cordilleras en comunicación con el océano Pacífico, por lo que aquélla, en cambio, le ofrecía apoyo en caso de agresión. El Perú lo necesitaba por las maderas de construcción de que carecía, y si, en caso de agresión, la dificultad de los caminos y su gran alejamiento, no permitían darle socorro tan inmediato, le ofrecía, en cambio, un mercado considerable y una salida segura para su comercio. De esta suerte, Guayaquil era un motivo de discordia entre las dos repúblicas, que tenían que disputarse su posesión, desde el pun– to de vista de sus intereses. Desde hacía mucho tiempo, el general San Martín anhelaba tener una entrevista con Bolívar, a fin de entenderse con él acerca de los medios a emplearse para terminar la guerra del Perú. El 8 de febrero de 1822, se embarcó él en el Callao rumbo a Guayaquil, sin que se hubiese llevado a cabo esta entrevista, por haber sido llamado Bo– lívar a otro punto, debido a las necesidades de la guerra en ese mismo momento. La necesidad de decidir la suerte de Guayaquil comprometió al Protector a hacer un segundo viaje. Partió él de Li– ma en el mes de julio del mismo año. Se embarcó en su goleta favo– rita, "El Montezuma", no llevando consigo sino algunos ayudantes y a nuestro compatriota Soyez, en calidad de secretario general. Antes de su partida, dejó el poder en manos del marqués de Torre-Tagle, que tuvo el título de delegado supremo, y nombró a Monteagudo mi– nistro de relaciones exteriores. El general llegó a Guayaquil el 26 de julio. Bolívar había llegado

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