Relaciones de viajeros

4 ESTUARDO NU~EZ deras por una potosina suministrarían almohadas para el lecho matrimonial de Jenny y Taffy. Es curioso ver la pertinacia de la costumbre. Estos seres de aspecto gótico continúan usando el traje de las españolas, sin recordar la diferencia entre una vida lujosa e indolente y la labor de la esclavitud absoluta a que, en tal clima, un vestido más ligero se adaptaría mejor. Es asombroso cómo sudan así acolchadas bajo el sol tropical. A menudo he com– parado un mandarín chino con cuatro o cinco sayos, o, si se desea parecer más importante, aún más, con una de estas bronceadas figuras indias. Harían excelente pareja un mandarín y una dama potosina. Creo oír exclamar al chino (pues en China tal abulta– miento de caderas no se tendría por gracioso), torciéndose los bi– gotes:- "¡Eh! ¡Ya! tiene así moda; tiene muy mucho. ¡Eh! ¡Ya! no tiene costumbre, no puede". La ciudad de Potosí es asiento del gobierno y está entre los 29? y 30? L. S. en meridiano del 313? O., observación española. Potosí está en el declive de un cerro, que ofrece completa pers– pectiva de la magnífica montaña a que debe su existencia. La pla– za es lindo y espacioso cuadrado, conteniendo muchos y muy her– mosos edificios públicos, y está sobre una proyección inclinada de tierra plana, desde donde, como centro, las calles principales caen en rectángulo a las quebradas por tres lados. El cuarto lado está en la rampa septentrional que domina la ciudad, frente al cerro mineral, con elevación de 1,700 pies sobre la plaza. En el espacio intermedio, se han erigido en parches irregulares los perniciosos suburbios donde se efectuaba la amalgamación de mi– nerales; éstos son interceptados por un río, alimentado por derra– mes de treinta y cinco lagos artificiales formados en los cerros al sudeste de la ciudad, cerros que señalarán a la posteridad los tra– bajos llevados a cabo por un sistema horrible de opresión, al que no se puede volver a recurrir, .Y lagos contruídos a costa del su– dor y vida de millones de desgraciados esclavos indígenas, en eda– des sucesivas, millones que desde el polvo claman venganza con– tra los más implacables amos, tiranos del suelo. La montaña potosina vista desde los altos de la ciudad, con el cerro al frente, llamado Nuevo Potosí, inclúído en la mirada den– tro de la circunferencia del gran cono hacia afuera~ es de forma semejante a una carpa armada, y si la mente del observador puede separar la suma del mal moral que ha infligido al mundo, de la vista pelada, ningún objeto estéril en la naturaleza será más real– mente magnífico. Prescindiendo de su conformación, los numero– sos tintes metalíferos con que el cono está manchado y coloreado,

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