Relaciones de viajeros

10 ESTUARDO NU&EZ pados. Cuando hubimos alcanzado dos tercios de la montaña, nos vimos obligados a trepar el resto, y dejar abajo las mulas. No ha– bía senda y escasamente huella, de modo que, cediendo las piedras, y con la puna por la rarefacción del aire, era operación difícil, si no peligrosa. La puna me hacía parar a cada momento, hasta que, llegado al tope, que desde ?bajo parecía agudo pico, hallamos bas– tante espacio para que vivaquease un regimiento de soldados. Los restos de un cráter que se habían alineado más o menos en el centro de la montaña, atrajeron nuestra atención, y por va– rias muestras de mineral calcinado que hallamos, la montaña mis– ma es a las claras volcán apagado:, otrora de considerable magni– tud. Algunos del grupo se ocuparon en empujar al abismo grandes bloques de piedras que sobresalían en el borde del cráter divirtién– dose así con el sonido retumbante producido. El pasatiempo casi costó la vida de uno de mis compañeros. Este caballero, Mr. Adams, antiguo conocido de Chile, en breve publicará, espero, la narración del viaje más interesante desde Mendoza por el pie de la Cordille– ra, toda la distancia hasta Potosí, habiendo hecho todo el camino por la posta, con pocas camisas y silla de montar por lecho. En el caso presente insistía en empujar un bloque que era evidente lo arrastraría consigo, aunque se le previno del peligro. Nada más que su sangre fría le salvó. Yo tenía el corazón en la boca de miedo por él. Echó los brazos atrás al caer con lo que muy felizmente dio equilibrio de una onza o dos en favor de aquella porción del cuer– po en terra firma, estando la otra suspendida sobre el abismo, ho– rrible de pensar -si se hubiese agitado, hubiese caído- como que se salvó lo más providencialmente. El 5 de noviembre pasé la tarde con el general Miller que en breve saldría para Inglaterra. Hubiera sido lo más feliz viajando con él. Mr. Adams también partió y le acompañé hasta fuera de la ciudad, viéndole partir con el sentimiento de un escolar sin vaca– ción que ve a sus camaradas que le abandonan. Mi ánimo estaba lejos de ser bueno; parecía presentimiento de la noticia que reci– bí el día siguiente en carta anunciadora de que todos mis trabajos habían sido infructuosos. Mr. Scott llegó el 6 para examinar la propiedad minera del doctor Rúa, su ingenio, etc., que teníamos en trato. Le anuncié las noticias; es innecesario insistir sobre su sorpresa. \ r ¡ El día siguiente me despedí del general Miller que delegó el gobierno en el general Urdininea, a quien me recomendó encare– cidamente, sospechando poco que todas mis más ardientes espe– ranzas habían fracasado, y conseguí la firma oficial de los docu-

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