Relaciones de viajeros

RELACIONES DE VIAJEROS 11 mentas necesarios para salir al Pacífico; en cuanto a la mejor ruta, consulté al señor Ibarquin, excusando mi súbita partida lo mejor que pude. El 13 tuve un terrible ataque de soroche, pero pude arre– glar algunos negocios preliminares. Confieso que nunca como aho– ra encontré desagrados más serios, al hallar mi trabajoso viaje y esfuerzos ·sin fruto. Me parecía inexplicable. Luego conseguí permiso, por intermedio del bondadoso Ibar– quin, para acompañar a un comerciante, como compañero de via– je, quien iba a la costa. Se procuraron peones y mulas, y resolvi– mos tomar el camino del desierto de Caranja, por ser el más cor– to. Los señores Menoyo y Scott consintieron en compartir conmi– go la fatiga, y¡, a pesar del ataque de puna, mi ánimo revivió con la esperanza de ver pronto el Pacífico. Jamás olvidaré mi despedida de la señora viuda de Olañeta. Esta dama era mujer de treinta años, más o menos, con facciones que se dirían bellas mas bien que hermosas, esbelta de formas y de modales graciosamente cautivadores, detalle muy común en las damas salteñas. Realzaba estas cualidades una expresión de tris– teza en el rostro que armonizaba con el luto de su vestido y la situación del momento. La soledad había aumentado su abatimien– to, pero aun así, su natural dulzura y bondad de corazón dejában– se ver en todo. La comparé con una linda flor trasplantada de la luz a la sombra; palidecían sus colores y sin embargo conservaba su perfume y belleza en tanto que su situación fuera de lugar tor– nábala sumamente interesante. El héroe de Ayacucho, general Su– cre, habíala prestado solícita protección contra la anarquía que so– brevino a raíz de la caída de su esposo, muerto en una sublevación de tropas en Tumusla, cerca de Tupiza. Dotada de gran valor, no llegaba éste a eclipsar lo femenino de sus gracias y prendas que la hacen tan distinguida. Su exquisita educación y la afabilidad de sus cautivadoras maneras, envueltas en suave tristeza, cautivan al momento el espíritu del que por primera vez la trata, dejando pro- funda huella. La adhesión de Olañeta a la causa de Fernando, adhesión que sólo terminara con su vida, es, entre sus enemigos, tema de enco– miástico comentario, honroso para su memoria. Lástima que su nombre, como el de Morillo y muchos otros capitanes españoles, se haya mancillado con actos de regresión y crueldad que llena– ron de oprobio la causa real. El excelso espíritu de la señora Olañeta consoló a su esposo hasta los últimos momentos de su vida. Compañera en sus triun– fos, fue tambjén ángel guardián en la adversidad. Hay quien tiene

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