Relaciones de viajeros

RELACIONES DE VIAJEROS 15 duce sal y algas ( 1), cuyo nombre es el llano de La Paz: aquí nos resguardamos de la helada blanca, reinante en esta altura, aun bajo el trópico. Este día no tuvimos sino pasto como alambre para las mulas, que sufrieron más aquí que a mayor altura de la cordillera. Partimos el 21 más bien tarde, por haberse extraviado las mu– las buscando pasto, y no adelantamos sino corta distancia para aprovechar un sitio en las márgenes del río Marquesa, donde había pasto; alegraba el corazón verles disputándoselo. Ningún viajero pa– sa por este sitio sin recordar la grandiosa escena que lo rodea. La mente es literalmente banqueteada con la majestad y sublimidad de la vista. Apenas habíamos armado nuestro casi roto remedo de car– pa, cuando las nubes se amontonaron al sudeste y el guía empezó a temer uno de aquellos temporales tan fatales para la vitalidad en es– ta elevada región. Todo el anfiteatro de montañas que nos rodeaba, de súbito se cubrió de obscuridad. Nubes rodaban sobre nubes, den– sas y negras. Esperábamos ser retardados, pero las montañas se cu– brieron todas de nieve, ninguna escapó. Cuando escampó, las cum· bres antes oscuras y sombrías, deslumbraban con su moteada vesti– dura: en un par de horas pasó la tormenta. La vista era muy impre· sionante; la artillería celeste funcionaba a lo largo y en contorno de ~umbres ceñudas con reiterados truenos a que ninguna compara– ción puede hacer justicia, me hacía sentir cuán pequeños y despre– ciables éramos ante la magnitud de los agentes naturales entonces en colisión. Siguió una helada blanca en la noche que penetró las pieles y aparejos con que se cubren las mulas cuando se envían a pastar, para protegerlas el lomo de la helada. Nuestro viaje volvió a demorarse para secarlos, antes de ponerlos con seguridad sobre los muy maltratados animales. No obstante el regalo de la noche, sintie– ron la intensidad del frío terriblemente, y agacharon las orejas, sig– no de no buen carácter en cuanto a su estado. Eran las nueve y el sol no había secado los cueros y reparado el daño. Recorrimos diez leguas de desierto el 23, subiendo todo el ca– mino. Encontramos una segunda tormenta, mientras vivaqueába– mos en lo que se llamaría costilla de los Andes. No nos causó perjui– cio irreparable aunque nos mojó; pues toda la artillería del cielo abrió el fuego esta vez lejos de nosotros y fue magnífico espectácu– lo mirarla allá abajo. Las mulas, sin embargo, no estaban en estado de soportar otra visitación tan terrible. Fue una noche horrible pa- (1) El propietario de este sitio hacía tráfico considerable de sal y algas con Potosí; la primera alrededor de dos chelines el quintal. Llegamos dema– siado tarde para examinar los lagos, algo distantes, donde los trozos de sal se cortaban en tan grande altura.

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