Relaciones de viajeros

18 ESTUARDO NU~EZ cuarenta corderos para su sustento durante el pretendido trabajo de doce meses, más comunmente de toda la vida Aquí después de mucho generalato,, conseguimos para las mu– las, alimento pasable de paja, y un poco de cebada por vía de piscolabis. Sin embargo, parecía necesario algo más, para soste– ner a los pobres animales durante otro día de calor tan quemante, por tanto aprovechamos la noche para viajar, afanándonos para aliviarlas metidos hasta el tobillo en la arena, con tan bello claro de luna y estrellas, como nunca plateó las llanuras de Arabia. Es– ta marcha forzada fue de nueve leguas aunque no llamadas sino siete. Marchamos la noche entera y por la mañana llegamos a una eminencia en las cercanías del pueblo de Andamarca, cuando el sol se levantaba en el horizonte lejano sobre el Desaguadero, con grande esplendor, compensándonos algo la belleza del espectáculo nuestra tarea nocturna. Fue sacrificio en obsequio de nuestros sufridos animales que algunos del grupo no parecieron inclinados a patrocinar. Pero sus ansiedades no eran de la misma índole pre– visora que la mía, que respondía a diferencia entre nosotros en cuanto a la utilidad de la cosa. Al descargar las mulas hallamos los lomos en estado horri– ble. Deliberando al momento, resolvimos que yo eligiría las me– jores y segufría con el guía, dejando a mis compañeros Scott y Menoyo para seguir con el primer arriero que regresase de Potosí, y diese una mano al equipaje aliviando nuestro ganado. La mañana siguiente mi criado anunció la grata noticia de haber entrado una tropa de mulas destinada a Tacna. Inmediata– mente negocié con el dueño nos condujese a nuestro destino, en lo que finalmente consintió por setenta duros. Esto, sea como fuere, decidió nuestra feliz llegada al término del viaje, pero no la de nuestras mulas. Salimos al punto y marchamos has– ta las 9 p.m. en dirección al fogón encendido por los arrieros a lo lejos, pues mientras tratábamos con el dueño por la mañana, había pasado tan lejos que nuestros pobres brutos no pudieron llegar con el1os, y sufrieron la aflicción de otra jornada terrible que casi completó su ruina. Todo el camino era de la misma con– textura arenosa del anterior. Los rayos solares quemaban la piel del rostro: mi nariz estaba literalmente desollada. Se fijó la hora de partida a las 2 a.m. para parar a las 3 p.m. Mis compañeros estaban pesados de sueño. Este día la escena varió solamente con el descubrimiento de numerosos sepulcros indios, de forma oblonga y diez o quince pies de alto. Aparecían a todos rumbos hasta donde alcanzaba la vista, mostrando sus

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