Relaciones de viajeros
20 ESTUARDO NU~EZ trajo un cordero, y su hijita bronceada, una jarra de leche, que costó solamente dos reales. Era bella, modesta e interesante. Cerca del lugar donde dejamos a Mr. Scott, sobre un cerro, es– taban los restos, deshabitados, de una ciudad india, con ciudadela Y muralla de piedra en contorno, obra de alguna edad remota, y de un pueblo que ha perecido. De un lado está protegida por un~ profunda quebrada. La muralla tiene aberturas o troneras y las piedras son ensambladas de modo muy singular. Se pueden emplear arcos y lan– zas desde las aberturas para molestar con ventaja al enemigo; y al– gunas de las troneras eran bastante grandes para un cañón. La ciu– dadela estaba en el centro del lugar y parecía reservada como últi– ma retirada contra un ataque hostil. El conjunto probaba claramen– te que en alguna época pasada los aborígenes fueron gente más poderosa que cualquiera de la que se supone descender de ellos, ahora sobrevivientes, nos harían esperar. El día siguiente salimos con helada que nos hizo hacer muecas otra vez. Encontramos un oficial con despachos para el general Mi– ller, que había salido de Tacna tres días antes, esperando llegar a Potosí en nueve más pero tenía los más lindos animales para con– ducirle. Nos esforzamos ocho leguas, de cerro en valle. Cada valle en forma de hoyada, y algunos en simas oscuras, voraces, profundas en el centro, donde el rugido del torrente invisible sorprendía al oído con temor. Estas aguas parecían esforzarse y enfurecerse invisibles para encontrar alguna salida subterránea; pero otras se veían en to– do el trueno de su turbulencia, hirviendo, remolineando, borbotan- do en estrechas gargantas, o impelidas a precipicios que se miran desde otros más altos aún, muertos de sed, la mula y uno mismo, perdiéndose la grandiosidad de la vista en su suplicio de Tántalo de ver y oír agua dulce que los labios sedientos no pueden alcanzar. Luego atravesáis una roca saliente bajo la cual el agua se desliza compacta como flecha; y después, el impetuoso torrente allá arriba, saltaba de peñasco en peñasco; ahora una cinta de plata y luego una masa quebrada de espuma, pero todo más allá de vuestros medios de acceso. También encontramos una tormenta eléctrica, cuyas re-· verberaciones eran tan tremendas, tan sublimemente grandiosas en el sonido, repetido por el eco de montaña en montaña, a lo largo del valle y quebrada, que ninguna pluma le haría justicia; las mara– villas de los Andes se remontan más allá del po"der del lenguaje para describirlas. Deben verse para conocerse en los terrores de su magnificencia. El 3 de diciembre pasamos la choza de un indio cabrero y en– contramos el acostumbrado "no hay" a todas las preguntas. Para-
Made with FlippingBook
RkJQdWJsaXNoZXIy MjgwMjMx