Relaciones de viajeros
RELACIONES DE VIAJEROS 21 mos en la posta llamada Cosapilla, en la falda de elevada montaña. Medio muertos de hambre, obligamos al indio nos vendiese un par de carneros flacos, lo que hizo con la usual demostración de pesar, es decir, llorando cuando fueron degollados; aunque algunos me dijeron que este sentimiento entre esta gente primitiva es simple hábito. Hicimos ocho leguas largas, más probablemente doce: ta] es el modo engañoso de tratar aquí a los viajeros, que hace las dis– tancias realmente más fastidiosas. Con sol ardiente, la mayor parte del día desprovisto de agua, ésta fue la jornada más cansadora que hicimos. Algunos del grupo no llegaron en un par de horas siguien– tes al arribo del capataz y mío. País y perspectivas eran semejantes a los del día anterior. El guía, de cuando en cuando apuntaba a los cerros distantes. Los cerros minerales de Caranja estuvieron a la vista durante cuatro jornadas, lo que demuestra cuán poca distan– cia efectiva debíamos haber recorrido en un rumbo. El 4, siendo atacado durante la noche por reumatismo agudo, me froté bien las coyunturas con aguardiente. Con esto, aunque me vi obligado a valerme de la ayuda del peón para montar, pronto hallé mis miembros flexibles. Salimos a las 3 p.m. rogando que el sol disipase la cruda helada que tuvimos que sufrir tres largas ho– ras; y durante tres horas después de levantarse el sol, una casa de hielo para cobijarse, habría sido un lujo. Ahora, más que nunca, sentí era desgracia no tener barómetro para medir nuestra eleva– ción. Marchábamos entre montañas, aparentemente tan elevadas como cualquiera de las señaladas por el guía como las más altas. Los picos nevados parecían eternos, con el sol del medio día cayendo a plomo sobre nosotros y ellos. Todavía nuestro camino era por pen– dientes al parecer no interrumpidas por gradientes. Paramos des– pués de una jornada cansadora en Piedra Grande, donde hallamos un poco de pasto bravo para las mulas, pero no agua. El día siguien– te salimos a la hora acostumbrada y tratamos de alejar la escarcha de la nariz con un cigarro. Lo más del día subimos lo que se llama la Cordillera Inferior, que se ve a distancia tan inmensa desde el Pacífico. Todo el paso fue cruelmente áspero para las mulas; el ca– mino, si así puede llamarse, estaba cubierto con pedazos de roca suelta. A las ocho p.m. después de marchar cinco horas, alcanzamos la cumbre de una cadena continua de tierra montañosa, esperando que cada eminencia a que llegásemos fuera la última y más alta, cuando, de golpe, desde esta altura grandiosa, apareció a la vista la vasta extensión del Pacífico, para nuestro gozo indecible. Distaba de nosotros treinta leguas, según el guía. Como iba algo adelante de nuestro grupo, desmonté de la mula para disfrutar esta gloriosa,
Made with FlippingBook
RkJQdWJsaXNoZXIy MjgwMjMx