Relaciones de viajeros
RELACIONES DE VIAJEROS 315 rrancos, por casi todos los cuales corría el agua, y un reducido nú– mero de chozas esparcidas por los bordes. En uno de estos sitios, llamado San Pedro, dos indios vinieron a bordo en sus canoas y nos trajeron algunos huevos y vainas de capsicum, recibiendo en cambio galletas y tabaco, lo que pareció agradarles mucho. Eran ambos de baja estatura, pero muy muscu– losos; se parecían mucho en sus facciones y complexión a los indios de la costa del Perú; pero no podían hablar una palabra de español, y por nuestra parte nos fue imposible comprender su dialecto. El 25 de Enero de 1822 entramos en la embocadura o puerto de Acapulco, donde encontramos el brick Araucano y la goleta Merced. El primero habfa sido enviado de avanzada para observar el abra, y la otra a Realejo para obtener informes respecto a las fragatas es– pañolas; pero desgraciadamente fue imposible saber nada, salvo que el 3 de Diciembre habían salido de Acapulco con rumbo desco– nocido. La noche del mismo día entramos y dimos fondo. Poco después S. S. fue honrado con la visita de una comisión enviada por D. Agustín ltúrbide, presidente a la sazón de Méjico, y por el obispo de Guamanga, que había sido desterrado del Perú por el Protector San Martín y nombrado por el Gobierno de Mé– jico para la sede de Puebla de los Angeles; de esta manera cambió su primer obispado, que le producía 12.000 dólares, por uno de 40.000. El presidente ltúrbide había sabido la llegada de lord Cochrane a las costas de Méjico por el general Waevel y el coronel O'Reilly, dos oficiales a los que ascendió el Gobierno de Chile y despidió luego, juzgando que los servicios que podían prestar al Estado no eran proporcionados a su paga. Mientras que estábamos en Guayaquil encontramos a aquellos dos señores. Habían engañado al Gobierno, persuadiéndole de que eran embajadores de Chile enviados a las autoridades nuevamente establecidas en Méjico; pero desgraciadamente las fechas de los pasaportes dados por el Gobierno chileno eran anteriores a la publi– cidad de la revolución mejicana. Descubierto este anacronismo, lord Cochrane pidió al Gobierno que se cerrase el puerto hasta que los barcos de guerra chilenos estuviesen preparados para hacerse a la vela, lo que le fue concedido. Provocó esta medida la conveniencia de que no llegase ninguna noticia al enemigo común. Los embajadores formularon protestas que intimidaror;t. al Gobierno, que no quería ofender al de Chile; pe– ro cuando lord Cochrane pidió que presentasen sus credenciales, todo el manejo quedó descubierto a los ojos del público. A causa
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