Relaciones de viajeros

22 ESTUARDO NU~EZ ~sta estupenda escena de grandiosidad. Nunca se presentó vista de montaña más poderosa a la mirada humana en ninguna otra parte. Era un cuadro para mirarse en silencio, pues el lenguaje hubiera in– terrumpido la profunda admiración en que me sentía absorto. Es– tábamos miles de pies arriba del terreno intermedio, lo mismo que del agitado océano. Contemplaba aquellas aguas azules revolviéndo– se, que circundan tanto del globo, desde, creería, lo menos 12.000 pies, formando elevación inferior de los Andes; y jamás olvidaré la impresión producida por el cuadro en mis sentidos. La meseta de muy abajo, era probablemente tan alta sobre el nivel del mar como la soberbia cadena pirenaica en Europa, y la mirábamos cual valle lejano. Cuando llegaron los demás del grupo, hicimos alto y almorza– mos junto a un arroyo de montaña, con margen ferruginosa, y des– pués, seguimos a marcha forzada por un declive, e hicimos noche en un pueblito indio ubicado muy románticamente, diez veces más encantador para nosotros por ser el primer acceso a sitio donde la naturaleza usaba su librea verde, espectáculo de que tanto tiempo nos habíamos visto privados. Nos inspiró el mayor gozo, y cruel debe haber sido la sensación de las mulas hambrientas que nos que– daban, cuando zambulleron hasta la garganta sus cansadas cabe– zas en la alfalfa. Las pobres bestias, tan grande fue su aprensión de que no alcanzase para todas, que se produjo una de coces y relin– chos, para sacarse recíprocamente del Eliseo, en que habían entra– do. Consiguiendo leche, huevos y pollos de que estábamos algo nel:e– sitados, también nos regalamos. A las 8 p.m., como el arriero desea– ra llegar a Tacna lo más pronto posible, propuse marchar con él de noche, dejando a Mr. Menoyo que siguiese con nuestras mulas, que, en un paraíso de buena alfalfa, merecían disfrutarlo un poco. Mi viaje nocturno todavía fue por una sucesión de montaña y valle, a lo largo de una garganta profunda, en que la luna solamen– te nos favorecía cuando, en alguna vuelta de la senda, de repente iluminaba nuestro lóbrego camino. Mucho lamenté no haber pasa– do de día por este escenario. En una angostura profunda se levan– taba el Pacífico al frente y de través, como oscura muralla, aunque distaba veinte leguas ..Parecía amontonada en las nubes una vasta ba– rrera para mi viaje. Arriba, o más bien aparentemente colgado con– tra ella, y cerca de mí, había un objeto redondo, negro, con aspec– to de sombrero y tan cerca que lo tocaría según imaginaba. Esto, me dijo el guía, era una isla en forma exacta de Sombrero de Fraile y por ello así llamada. Apenas podía imaginar que no estuviese junto

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