Relaciones de viajeros
RELAC.10NES DE VIAJEROS 331 la época en que las tripulaciones de las lanchas cañoneras se apo– deraron de él en el mes de Agosto de 1821, y se dirigieron a Panamá, donde lo entregaron a las autoridades españolas, que después lo comprendieron en su tratado con el agente peruano en Guayaquil. La escena más horrible que señaló la residencia de San Martín en el Perú estaba señalada para el mes de Mayo de 1822. En la noche del 4 hubo un gran baile en el palacio para celebrar la primera reunión de los miembros de la Orden del Sol de los dos sexos, y mientras que todo era alegría y diversión, unos destacamen– tos de soldados fueron enviados a las casas de los españoles para arrancarlos de sus lechos y transportarlos al Callao, donde fueron embarcados a bordo del Milagro. No se podría describir la desolación resultante para aquellos desgraciados de tan monstruoso desprecio de las promesas, de la justicia y de la humanidad. Varios de ellos eran ricos, considerados, y j efes de numerosas familias; los había eclesiásticos octogenarios, funr.ionarios civiles y militares; todos, sin la menor distinción de edad ni de rango, fueron sacados de sus casas a media noche, algunos medio vestidos, otros casi desnudos, y todos obligados a hacer a pie un recorrido de seis millas, después de lo cual se les embarcó en un barco donde durante dos días no se les dio provisiones, prohibiéndoles tener ninguna co– municación con sus mujeres y familias, que rodeaban el buque en lanchas y lanzaban gritos desgarradores. En la primera noche murieron dos ancianos por falta de abrigo y alimento, y otros varios hubiesen perecido si la piedad de San Mar– tín no hubiera llegado hasta el punto de venderles pasaportes. Permitió a quienes los compraban pasar del Milagro a buques neutrales, para salir para siempre del Perú; pero varios no se atre– vieron a ir a España, por haberse quedado en Lima cuando se mar– chó La Serna, y haberse adherido luego a la independencia del Perú. Algunos pasaportes se vendieron a 1.000 dólares, otros a 10.000, según la fortuna de los compradores; y los que no pudieron comprar su liberación, fueron enviados a Chile en el Milagro, que recibió un nue– vo nombre en virtud de tan honrosa expedición, y fue llamado el Monteagudo, honor bien dedicado a ese gran ministro. Si el general San Martín no se hubiera comprometido con las re– petidas seguridades que dio a los españoles antes y despues de su llegada a Lima, su conducta para con ellos hubiera podido ser, hasta cierto punto, al menos, paliada. Hubiera empezado por guardar silencio, y los hubiese desterra– do con el primer pretexto que se presentara; hubiera podido justifi-
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