Relaciones de viajeros
RELACIONES DE \.IAJ~ROS 335 .... de quitar a Monteagudo del Ministerio, le manifestó en seguida lo que ocurría. Entonces, para salvar las apariencias, presentó la dimi– sión, que fue aceptada, y el delegado supremo, en respuesta a la nota de la corporación, le aseguró que el ex-ministro sería llevado ante un t:::-ibunal del Consejo de Estado para que diese cuenta de su administración pasada, de conformidad con los estatutos provin– ciales. "El Municipio contestó a esta nota el 26, pidiendo que el ex– ministro fuese preso hasta que le llamaran a defenderse, como así se hizo. "El pueblo de Lima, conocedor del ascendiente que Monteagu– do ejercía sobre el delegado Torre Tagle, y temiendo que se emplease algún subterfugio para volverle al Ministerio, se reunió de nuevo el 19. "Entonces la corporación pidió al Gobierno que el ex-ministro fuese embarcado secretamente y desterrado para siempre del país, y así se acordó. "El 30, día del aniversario de su llegada a Lima, Monteagudo fue enviado bajo escolta al Callao, y salió del puerto a las seis de la - ,, manana. Mientras que todos estos acontecimientos ocurrían en Lima, San Martín estaba en Guayaquil, adon<le había ido para solicitar de Bo– lívar tropas con qué contir:1:3r su campaña en el país. Imposible es decir de una manera positiva lo que pasó entre los dos jefes; pero el resultado no fue nada favorable a San Martín, :!!Or~ que volvió de malísimo humor al Callao, donde con gran mortifi– cación suya supo que su protegido había sido desterrado durante s~. ausencia. 1 Antes de que S.E. se atreviese ir a tierra, tuvo una entrevista con los principales oficiales del ejército, que le aseguraron que las tropas le eran fieles; en esta seguridad se presentó en el palacio de Lima, censuró todo lo que había ocurrido, amenazó a los consejeros de Estado, a la corporación y a la ciudad misma; declaró que lla– maría en el acto a Monteagudo y le reintegraría en su Ministerio. Sin embargo, le mortificó observar que no había intimidado a los limeños con sus amenazas de venganza, y abandonando el pala– cio marchó a su casa de campo próxima al Callao. A principios de Octubre, la arbitraria conducta de Rodrígut:z, ministro de la Guerra y de Hacienda en Chile, empezó a excitar la indignación pública, y de todas partes llegaron peticiones al gober– nador O'Higgins para rogarle que destituyese a su ministro. Le acu– saron y le convencieron al mismo tiempo de la manera más evidente,
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