Relaciones de viajeros
24 ESTUARDO NUREZ mino del desierto, algunos fenómenos curiosos. Después de cruzar una de las travesías o llanuras desiertas al llegar a una eminencia fue que los vi. Calculamos haber una población considerable en el terre– no a que nos acercábamos por las columnas numerosas que se le– vantaban delante, al parecer de humo. Pero se elevaban en el aire perpendicularmente y qe esto no podíamos darnos cuenta pues sopla– ba un ventarrón al mismo tiempo. Todavía creyendo extraño que el hum~ ascendiese así, bajamos a las llanuras mismas donde se le– vantaban. Luego descubrimos que eran remolinos de arena. Llegan– do a los torbellinos, lo que ocurrió varias veces, hallamos la cosa no muy agradable, pues, independientemente de la entrada que amena– zaba a cada momento hacer perder pie a la mula, eran acompañados de un ruido aturdidor, desconcertante, zumbante, que aturdía al ji– nete, mientras la mula no sabía sj detenerse o avanzar. Cerrar los ojos y espolear la mula era el único modo de escapar a su fuerza. Estos vientos deben operar a un tiempo en una vasta superficie, pues barrían adelante con nosotros, a veces_, conservando su forma circular, espiral. De lejos las columnas nunca parecían moverse la– teralmente, sino remontar~e como el humo del fogón de un rancho. Es probable que sean llevadas lejos por el viento y que, por este me– dio, muchas comarcas, antes fértiles, hayan sido reducidas a desier– tos estériles, siendo impeliclos irresistiblemente, los chaparrones de arena de los remolinos. Algo por el estilo quizás fue causa de que el país en contorno de los antiguos cementerios indios se haya con– vertido en desierto, pues allí deben haber existido ciudades y fertilidad. Concluiré este capítulo con algunas observaciones hechas de la mejor manera que soy capélz, sobre ciertos aspectos geológicos que me sorprendieron en los Andes. Profesionalmente hablando, la ocu– pación del hombre de mar es de índole muy limitada; su visión se confina durante meses a cielo y agua, lucientes órbitas del primero para regular su derrotero con su principal estudio, su único objetivo el puerto de destino, en el más breve espacio de tiempo practicable. Si en el caso presente, por tanto, un viejo marino muestra su igno- rancia en geología comparado con otros viajeros, algo se le debe disculpar. En el curso de mi ruta, parecería extraño si numerosos aspec– tos singulares de la tierra en tan largo viaje, y en tan variada super– ficie, no me hubiesen llamado la atención. Aunque incapaz de dis– ponerlos científicamente, o hablar de ellos en lenguaje adecuado, no dejaron de llenarme de asombro. He mencionado ya el paisaje
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