Relaciones de viajeros
28 ESTUARDO NU~EZ No habiendo posada en Tacna, Mr. Stevenson finamente me ofre– ció alojamiento en su casa y acepté. La mañana siguiente de mi arribo, Mr. Menoyo llegó felizmente con el equipaje y las mulas remanentes, que apenas podían poner una pata detrás de otra. Me ocuparon la parte principal del día, las usuales visitas de cumplimiento a Mr. Butler, al gobernador y otros. Hallé allí tal influencia de mis compatriotas que Tacna parecía más colonia inglesa que española. Es asombroso lo pronto que todo emporio abierto a nuestro comercio se abate; es de lamentar el en– contrar nuestras energías comerciales destruídas por la competencia nacional, los comerciantes y manufactureros comiéndose unos a otros, especialmente los últimos, yendo a la ruina por abarcar los tres ramos de armador, comerciante y manufacturero, en vez de circunscribirse a su negocio particular. Nada fuera de calamidades periódicas serán el resultado de tal sistema. Los días intermedios hasta el 9, pasaron en la rutina acostum– brada de procurar noticias y oir ofertas de minas; los comercian– tes aquí, como en los otros lugares, se ocupaban en aumentar la suma de estas dificultades, con monopolios de minas que deben al presente estar en sus manos en extensión ruinosa. El día del ani– versario de la batalla de Ayacucho, acompañé a la señora de mi amigo el capitán Macfarlane, residente en el lugar, a los fuegos ar– tificiales; la ciudad estaba toda alegre con la celebración de un acontecimiento que decidió el destino de Sud América, como país independiente. El espectáculo tuvo lugar en la plaza, y fue desplie– gue agradable d.e alegría y esparcimiento. Los oficiales de un regi– miento allí estacionado, que tomaron parte importante en la batalla hicieron papel prominente en la ocasión. Se dio una comida a los oficiales por el coronel, y los ing!eses dieron a las damas un baile por la noche. Nunca vi grupo tan abigarrado de mestizos, ni aun en las reuniones indio-mineralógicas de Potosí. El día, por lo que a mí toca, fue empleado bastante tontamente, en compañía no muy atrayente, y entre danzas no muy graciosas; pero la cena fue buena y la cantidad consumida parecía demostrar el buen apetito, al me– nos, de los convidados. Parecía que la gente no hubiese visto un banquete. No hay escolares que nunca se hayan atracado más desor– denadamente, o con menos ceremonia, metiendo en los bolsillos lo que no podían comer. El día siguiente, domingo, oí misa. No había como de costum– bre, candeleros de plata maciza y platería. La "patria", o en otros términos, los proveedores militares, les habían encontrado un uso muy diferente; regresé a mi alojamiento para meditar sobre el pa-
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