Relaciones de viajeros

30 ESTUARDO NU~EZ de un arrendamiento de ocho duros, antes pagadero al rey; pero ahora, por nuevos arreglos, redimible, de modo que esta clase in– dustriosa se convertirá en propietarios y hombres libres. La tierra así entregada al cultivo no excede mucho de una legua a cada lado, y es regada enteramente por acequias sacadas del río que bordea la ciudad a djstancia conveniente. Desde allí se subdivide en canales menores, adaptados a las necesidades de todos y con la más rígida consideración de economía, ni una gota se desperdicia. Se fijan períodos determinados para llevar el agua a cada parcela de terreno y las disputas sobre cada pjnta son quizás las únicas que tiene esta gente inofensiva. El cacique principal, que cobra el canon anual, tiene por su garantía del riesgo en el pago, toda la corriente el jueves, y el segundo cacique la misma ese día por la noche. El pri– mero se dice percibe una renta de seis o siete mil duros por la cantidad que reparte, además de las necesidades de sus propias tierras. Se emplea tanto cuidado en adjudicar a cada propietario su porción de agua, como Whitebread o Barclay usarían para en– vasar su cerveza. Se dice que la tierra ha sido originariamente concedida por "topo", medida de setenta yardas por veinticinco, teniendo cada indio topo y medio cerca de la ciudad, y la misma extensión en la pampa más distante. Lo avalúan en general como: un topo con alfalfa o pasto, cincuenta duros; con pasto y plantación de café, setenta; y un topo de frutales todavía más. Si se han plantado olivos en el terreno, se acostumbra valuar cada árbol en pleno desarrollo en diez duros. De toda propiedad raíz en esta provincia, la con viña y caña de azúcar produce más dinero. El viñedo se estima por vid, de tres reales a tres duros la planta, conforme al tamaño y produc– ción; en lugares más fértiles, el topo calculado para plantar de mil doscientas a mil trescientas vides vale de doscientos a quinientos duros la tierra pelada y dos a tres reales la yarda. De aquí que pagaría bien el capital, llevando el arroyo de montaña, llamado Andamarca, al extenso pero ahora inculto valle de Tacna, que quizás sea de catorce leguas en cuadro. Se hizo antes una valuación en doscientos mil duros y se empezó un canal, pero se abandonó por completo por falta de dinero para completarlo. Los cerros de la vecindad abundan en azufre, y la minería así ofrece doble ventaja a los especuladores. Los indios son más vigorosos y algo menos abyectos que los del Alto Perú y hay aspecto de decencia y limpieza en sus viviendas, que también se acercan a la comodidad, más de lo que se observa en otras comarcas. Esto debe atribuirse a su vecindad a puerto de mar con tráfico considerable, en que constan-

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