Relaciones de viajeros
RELACIONES DE VIAJEROS 31 temente se derrama una superfluidad de mercaderías británicas. En el Alto Perú el largo transporte en mula encarece el precio más allá de los medios del indio, y no existe un intercambio similar. Sin embargo, aun con estas desventajas, no hay rancho, aun en la ruta desierta que recorrí, sin algún adorno o utensilio de fabricación in– glesa. Por esto se puede juzgar la importancia del Perú para nuestro comercio. Las regiones más ricas del país en la vecindad de Arica son los valles de Sama y Locumba. El primero, distante ocho leguas, produce grandes cosechas de algodón de primera clase y generalmente vale en el sitio, en tiempo de cosecha, de cinco a seis reales la arroba, conteniendo semilla que toma casi la mitad del peso. Especuladores de Liverpool en tiempo que yo estaba allí habían subido el precio a doce reales en Tacna, equivalentes a diez en Sama. Locumba, diez y ocho leguas de Tacna, es valle extenso y fértil; célebre por sus lozanos viñedos, de que se destilan grandes cantida– des de espíritus para el mercado del Alto Perú, originando un tráfico activo con el transporte a lomo de mula y llama. Tropas inmensas de estos lindos animales se emplean constantemente en el tráfico de una u otra clase de aquella provincia para el interior. El vino para consumo interno se asemeja en calidad y perfume al de Málaga, y si se tomaran cualquier molestia en clasificarlo y refinarlo, se convertiría en artículo de considerable exportación. En el valle mencionado abunda también la caña dulce del mejor crecimiento y calidad, pero los ariqueños se contentan solamente con extraer melazas y una especie de dulce llamado chancaca. El 19 presencié una especie de corrida de toros, y vi el modo adoptado para reclutar el ejército de Bolívar. El regimiento acan– tonado en la ciudad mantuvo el terreno en esta ocasión. Poco antes de terminar la corrida, cuando casi toda la población se había congregado para presenciarla, los soldados, a una señal dada, asegu– raron las avenidas y esquinas y echaron el guante a todos los vagos y mal entretenidos de la turba que estaban asegurados. Uno de éstos, buscando amparo, se refugió en el palco donde yo estaba, seguido por un oficial que parecía tener tirria contra él. Interponiéndose una persona que dijo ser esposa del hombre, el oficial la empujó rudamente, ultraje que ella se cobró administrándole una feroz trompada en las quijadas, que le sacó sangre, con no poca diver– sión y aplauso de los espectadores. El 20, 21 y 22 los ocupé principalmente en negocios de minas sin ningún interés para el lector. El 23, al arribo de un barco norte-
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