Relaciones de viajeros

32 ESTUARDO NU~EZ americano en lastre, visité al Cónsul para saber su destino. Como se esperaba al capitán el día siguiente, le vi y supe que venía bus– cando flete, y pensaba salir para el norte, si no se le ofrecía ninguno de Arica. Eslo fue un infortunio. Los dos o tres días siguientes los ocupé en escribir cartas, y oir ofertas de minas. La llegada del barco norteamericano me indujo a pedir pasaje para Chile, esperando decidir al capitán a dirigirse a barlovento hasta Valparaíso. Con este objeto el cónsul norteameri– cano fue tan amable que él mismo se empeñó con el sobrecargo que, afortunadamente llegó de Arica al otro día. Después de mucha discusión el sobrecargo convino por quinientos duros hacerse a la vela conmigo, conduciéndose muy lindamente en la ocasión, ofre– ciendo devolverme parte del dinero si encontraba otros pasajeros, y con la cercana perspectiva de tender velas, el año 1825 se cerró sobre mí. El comienzo del año nuevo, con un poco de tiempo desocupado, me sugirió una vista retrospectiva de los pasados acontecimientos de mi vida, de las vicisitudes que había sufrido y escenas porque había pasado. Pensamientos de aspecto melancólico se me vinieron en tropel. Poco pensaba un año antes de pasar el año nuevo en Sud América y en la misma mísera ciudad de Tacna, después de atrave– sar tal distancia sobre el continente americano. Con todo, la ociosi– dad es período para la reflexión, y un intervalo de ella de cuando en cuando es útil para mirar atrás de nosotros mismos, y examinar nues– tros corazones. Pasé el día con mis amigos, el capitán Macfa.rlane y su esposa, brindando por todos los amigos del hogar, desde las orillas del Pacífico y bajo la sombra occidental de los Andes. El día sjguiente contraté mulas para nosotros, las maletas y el bagaje hasta el puerto de Arica y salimos a las 4 a. m . del 3. Y aquí tengo ocasión de recordar mis obligaciones hacia las familias de Stevenson y Macfarlane, por su hospitalidad durante mi estada en Tacna. La jornada hasta Arica es generalmente un galope de ~uatro o cinco horas, por una cadena de cerros arenosos, sin -una sola hoja verde de ninguna clase. Mi ruin mancarrón de alquiler haraganeó ocho horas; el intenso calor solar de estos cerros arenosos no es para ser superado, sus efectos sobre mí fueron más que usualmente severos; pensé que para tan corta distancia podía prescindir de mi casi inservible sombrero quitasol, disparate mayúsculo, según supe a mis costillas. Una larga prosbóscide deleznable es el apéndice más inconve– niente pa~a la cabeza del viajero en el desierto y clima tropical. En efecto, qmen se aventure a lucir nariz de.cw . :t.da que sobresalga una

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