Relaciones de viajeros

226 nsru.ARDO NU&EZ estación, y aun con las lluvias diarias. Los árboles de las már– genes no son muy grandes; ocasionalmente vimos uno o dos ma– yores que otros, y que los indios llaman moenas. Sus ramas son retorcidas como las del roble inglés. Numerosas aves, particular– mente variedades de loros, cruzaron el río durante las primeras y últimas horas del día; pero durante el calor del día todo estaba quieto. A la puesta del sol llegamos a la entrada de una pequeña ca– leta, que va desde la margen occidental al pueblo de Santa Cruz. Al ingresar, los canoeros soplaron sus cuernos, y proseguimos. Es una antigua costumbre entre los indios, soplar un cuerno o hacer cual– quier ruido con ese instrumento, lo que significa intención pacífica. Es probable que previo a las visitas de los misioneros en sus nume– rosos combates, fuera maniobra principal un estricto silencio, para sorprender al enemigo mientras que el ruido hecho anunciando una llegada significaba que no se intentaba ninguna hostilidad. Si hubiéramos venido con esta intención, dudo que habríamos podi– do escoger un peor sitio que la ensenada en que estabamos ahora. Sus curvas parecían las de un laberinto y las márgenes eran tan verticales y cubiertas por bosque, mientras que el ancho que a la entrada parecía tener de diez a doce yardas y la profundidad de una braza a una y media, disminuía hasta donde algunos árboles caídos horizontales, y los restos de otros sobresaliendo del agua detenían nuestro avance y no fue fácil proseguir aún para nues– tras pequeñas canoas. Después de casi una milla llegamos a un pe– queño remanso, en cuya márgen derecha y sobre un terreno ele– vado, está el pueblo de Sa~ta Cruz. Los perros anunciaron nuestra llegada, y desembarcamos pa– "t:"a visitar al Gobernador. Lo encontramos sentado en el tronco de un árbol derrumbado, fumando un cigarro y vistiendo camiseta y pantalón hechos de tocuyo. Se levantó para recibirnos; y ha– biéndose informado de quienes éramos, muy educadamente nos llevó hasta su rancho y nos ofreció una comida de roonsooka. Pronto descubrimos que el carácter de esta autoridad era la de un completo Nimrod. En respuesta a nuestras preguntas sobre la información de la producción en su distrito, dijo que no tenía ninguna que dar. Su distrito no producía nada; pero cuando se mencionó roonsookas, sachavacas y tigres, intervino con interés en este punto y nos dio una detallada definición de las maneras in– dias de cazar, alegando modestamente que "conocía algo al res– pecto" y concluyó expresando con desagrado, casi pena, que los ti– gres fueran cada vez más escasos en su vecindad (nos dijo que ha-

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