Relaciones de viajeros
RELACIONES DE VIAJEROS 227 bía matado a diez). Mucho del espíritu de la descripción del gober– nador, dependía de las actitudes con que la acompañaba, lo cual era evidentemente muy natural para él, particularmente cuando con una flecha en su mano nos describía la caza del tigre; de tal modo, cualquier repetición mía quedaría corta para reproducir el origi– nal, pero sin embargo como su relato fue infinitamente superior a otras informaciones, trataré de presentarlo. Los cazadores, acompañados por los perros, bajan al amane– cer a los bancos del río; y cuando en algunas de las playas en– cuentran las huellas de los animales cerca del agua, saben que las bestias han estado bebiendo, y se han ido a su refugio para dormir. Los perros puestos sobre la huella son seguidos por los cazadores a través del monte, hasta que el animal se presenta a la vista. De ser un tigre, los perros se contienen y la bestia voltea para defenderse, lista para saltar y, en el lenguaje del go– bernador, "ruge hasta que tiemblan los árboles". Está detenido; es entonces que el más atrevido del grupo debe enfrentarlo. Los cazadores, armados con una lanza corta, avanzan frente al tigre. Todos se dan cuenta del peligro y vigilan buscando una oprtuni– dad favorable. Si el cazador atacara violentamente, la suavidad del pelambre y la dureza de la piel del tigre desviarían la lanza y el hombre perdería el equilibrio, y con toda seguridad, pagaría con su vida el error. Para prevenir ésto, el extremo final de la lanza es sostenido en la mano derecha, el pie izquierdo ligeramente ade– lantado y la lanza es empujada a través de la mano izquierda con un golpe hábil pero no muy fuerte, de modo de poder recuperar el arma instantáneamente, o si el arma entra, se empujará tanto como sea posible al corazón del tigre. No creo que los animales muertos en esta forma sean iguales a los tigres de Bengala; pero hay algunos en esta parte de Sud– américa que se cubren bajo la denominación genérica de "tigre" que son bastante fornidos, por lo menos lo suficiente para que la mayoría de los hombres no sientan muchas ganas de estar entre ellos sólo armados con una corta lanza. Después de la cena, el gobernador nos mostró sus varios im– plementos deportivos, así como las armas para ataque y defensa. Consistían en dos lanzas para animales de tierra, arpón, flechas y arcos (las cabezas de las primeras separadas de la vara y asegu– radas con cordel) para pescado; y la pucuna, varios pies más lar– ga que cualquier otra que haya visto, cuya boca estaba ornamen– tada con dientes de tigre en lugar de dientes de jabalí. Sus perros son ordinarios, parecidos a los pyars de la India.
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