Relaciones de viajeros

230 ESTUARDO NU~EZ tregamos al Gobernador los pasaportes y la carta circular para leerla, entonces la fatiga más extraordinaria se apoderó de nos– otros y sintiéndonos incapaces casi de tenemos en pie, pronto nos despedimos de nuestros visitantes, diciéndoles simplemente que tenían que retirarse pues estábamos demasiado agotados para te– ner conversación alguna con ellos esa noche. Cuando nos levantamos en la mañana, nuestra casa estaba ro– deada por cientos de indios que habían venido de los bosques para asistir a su festividad anual, y la curiosidad era tal que pa– saban sus cabezas a través de las rugosas barras de madera que servían en lugar de ventanas, dejándonos prácticamente en la pe– numbra. La apariencia de esta gente era similar a la de los salva– jes; estaban vestidos en parte con tocuyo, y teñidos con variados tonos rojos y púrpuras; sus figuras eran altas y gruesas, con pelo negro y largo. Nuestra visita constituía evidentemente una exhibi– ción muy rara para su festival y expresaban mutuamente su sor– presa y entretenimiento con agudas risas y sonidos discordantes; pero como esta clase de inspección no nos era agradable, les hi– cimos señales para que se alejaran. No fueron estas entendidas al principio, mostrando por sus modales que nuestra apariencia o acciones no les daban idea alguna para controlarse aunque no pen– saban ser ofensivos. Nuestras señales fueron repetidas más enér– gicamente acompañadas por indicaciones de que no permitiríamos la intrusión. Algunos de los que estaban cerca de la ventana se retiraron entonces pero sus lugares fueron rápidamente ocupados por otros y, al final, nos vimos obligados a solicitarle al gober– nador que un alcalde indio con su símbolo de cargo, quedara como centinela y los mantuviera alejados. Si salíamos de la casa, los que pasaban se detenían y agrupaban para satisfacer su curio– sidad. Cuando empezaron a comprender nuestros signos cesaron de ponerse fastidiosos. Antes del medio día, hubo una misa en la iglesia, a la que asistieron todos los indios con muestras del mayor respeto. Cuan– do terminó el servicio, visitamos al Goberador y al padre; al últi– mo le mostramos las cartas que habíamos recibido de la cabeza de la Iglesia en Lima. Pareció sorprendido pero expresó gran sa– tisfacción de recibir una comunicación y me pidió que le per– mitiera copiarla, a lo cual no tuve objeción. Como traté de recoger especies durante toda nuestra ruta, el gobernador, a mi solicitud, envió con nosotros dos alcaldes a los diferentes ranchos donde había animales cazados por los indios. Durante esta visita fue difícil obtener especímenes zoológicos o

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