Relaciones de viajeros
RELACIONES DE VIAJEROS 233 ternarse para traer zarzaparrilla, cera de abeja, etc., y no les pa– gaban el precio justo por lo que habían recolectado. La conse– cuencia era que, al recogerla, la jalaban con r aíz y todo sin tomarse el trabajo de replantar codos para asegurar las cosechas futuras, al contrario, preferían destruirlas, con el obj eto de no verse obli– gados a volver a recogerlas. En la época de los jesuitas, siempre que se sacaba una raíz de zarzaparrilla, se plantaba en el mismo lugar una nueva planta. Le pregunté al padre si pensaba que los mdios en general habían sido abandonados desde la época de los jesuitas. Me respondió que si; que los jesuitas habían tomado mucho cuidado en enseñar a los indios a sembrar maíz y otros vegetales y a recolectar las gomas naturales y bálsamos de la re– gión, para lo cual siempre se preocuparon que recibieran el justo precio. Desde la Revolución en particular, muchos de los clérigos habían dejado la diócesis y el Supremo Gobierno del Estadó, ha– llándose ocupado en asuntos de mayor urgencia abandonó en gran medida la provincia de Maynas. El resultado fue que los indios, al ver que no había curas que los ayudaran y que algunos gobernado– res se inclinaban a ser opresores, principiaron a abandonar los pueblos. Laguna había poseído en una época una población de 1.500 personas, la mayor parte ahora tenía c~acras en las diferen- .tes partes de la Montaña, donde cultivaban plátanos y yucas, así como aves, sin venir cerca del pueblo, excepto cuando llegaba un sacerdote para celebrar las festividades del santo. Algunas tribus de los Panos habían bajado hasta el Ucayali de donde regresaron al distrito de Laguna y se establecieron en chacras en diferentes partes de la Montaña. Esta gente nunca venía cerca del pueblo, ni en los festivales, ni en ninguna otra oportunidad y se suponía que habían abandonado el cristianismo. El padre concluyó esta parte de la relación expresando su opinión de que si el gobierno no adoptaba rápidamente ciertas medidas respecto al tratamiento de los indios y enviara más clérigos a instruirlos y cumplir con los servicios religiosos, desertarían de los pueblos y nuevamente se volverían infieles. Le pregunté al padre qué pensaba de los infieles y particular– mente de las tribus caníbales: si comían carne humana como una forma de satisfacción salvaje o si lo hacían por necesidad o por otra razón. Dijo que creía que si tuvieran suficiente cantidad de provisiones, no comerían carne humana. Durante el último tiem– po del gobierno español, se les había distribuido cuentas, mache– tes y anzuelos y se habían portado bien. En respuesta a las otras preguntas, dijo que Laguna y Santa
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