Relaciones de viajeros
238 ESTUARDO NU~EZ que atraía su atención, y luego arribar en alguna playa favorable de la ribera del río. Las mujeres acompañaron a sus esposos hasta las canoas, tra– yendo recipi~ntes con yuca mascada lista para hacer chicha, como provisión para el viaje, también unos trozos grandes de sal dura que los canoeros usarían para adquirir provisiones en su viaje de regreso. Al partir dimos un collar de pequeñas cuentas a cada una de estas mujeres, y finalmente partimos. El nivel de la ensenada había crecido por la lluvia caída desde que llegamos y no tuvimos dificultad a la salida. Casi a dos tercios del camino sobrepasa– mos algunos jóvenes pescando en ligeras canoas. Tenían mano– jos de jugosas semillas con las cuales barrían la superficie y los echaban al agua, con ellas los peces se atontaban y flotaban en la superficie, nadando o más bien aleteando de costado; eran caza– dos entonces con pequeños dardos que los jóvenes arrojaban con gran precisión. Los canoeros golpearon algunos con sus palas y co– gieron otros con sus sombreros de paja; pero para ahorrar tiem– po comprarnos a esos jóvenes una provisión de pescado, a cam– bio de anzuelos. Los peces eran de ocho a nueve pulgadas de lar– go, parecidos en cierto sentido a los smelts ingleses, y tenían una barba o bigotes hacia atrás, de su mismo largo, a ambos lados de la cabeza. Tan pronto como llegamos al Huallaga, arribamos a la playa para readaptar las apalrnacayas; y necesitándose hojas de palma, acompañé a los indios al bosque para obtener algunas y encontré accidentalmente que las cuentas que se habían comprado del Go– bernador de Santa Cruz, se producían en una cáscara o vaina más o menos de la forma y tamaño de una naranja grande, y del co– lor y consistencia de una calabaza. El árbol en el que crecían era alto, pero de tronco reducido y con ramas solamente en su copa; parecía en cierto sentido un cerezo inglés, con la excepción de que era el doble de altura. Cada cáscara tenía de tres a cuatro divi– siones y contenía alrededor de una docena de granos. También en– contré otro árbol de más o menos el mismo tamaño de tronco Y en cuyas ramas crecía un fruto que comen los indios. Era de for– ma y tamaño de un pepino corto y grueso y con semilla larga Y gruesa con una sustancia amarilla en el exterior que tiene sabor parecido al de coco. La semilla de esta fruta era una de las no conocidas por la gente de Puerto Balsa. Cuando terminamos las apalmacayas y estábamos listos para continuar, cayó un fuerte chu· basco del Este y así tuvimos razón para felicitarnos por la molestia que nos habíamos tomado. Los indios se esforzaron y tuvimos
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