Relaciones de viajeros
RELACIONES DE VIAJEROS 251 los canoeros remaban más fuerte y rápido que los indios de Puer– to Balsa, eran ni tan inteligentes ni tan perseverantes. Pero la vasta magnitud de los Andes, las impresiones que todavía están frescas en nuestras mentes, pueden conducirnos a juzgar mal las dimen– siones, y el hecho de que yo hiciera mis sondeos había atrasado a los canoeros. El lugar que arribamos era una zona arenosa escarpada en el lado derecho al momento algunos pies sobre el nivel del río, pero que por su apariencia está normalmente bajo agua durante la cre– cida de la época lluviosa. Vimos los restos de algunas construc– ciones temporales hechas por canoeros que habían surcado el río; encendimos una fogata y hervimos alguna cocoa. Mientras espe– rábamos la cocoa, escuchamos algunas aves de la selva, las que por el ruido, el señor Rinde consideró como cazables e insistió en ir tras ellas, pero como era escasamente probable que tuviera éxi– to en cazar algunas en la oscuridad y no improbable que pudie– ra encontrarse con otra caza menos deseable, lo disuadí de la em– presa. Antes del amanecer estábamos nuevamente en camino. En la tarde paramos para almorzar, y, durante los alimentos que era mi úniéa vacación del sondeo, pude tomar orientaciones y anotar co– mentarios. Mientras se encendía el fuego y cocinaban las provisio– nes, fui a cazar al bosque con uno de los indios. El primer ani– mal que obtuve, fue una paloma, y poco después una ave grande, negra, con cresta enrulada y de plumaje brillante, del tama– ño de un pavo. El disparo le había dado en la cabeza, y cuando el indio la vio caída, se puso sumamente contento, pero apenas si creía que le había dado, hasta que pudo adelantarse y recoger– la, entonces expresó su alegría con una fuerte y salvaje carcaja– da. Era una especie que se llama peury en el Perú, moutun en Brasil y curazao en Inglaterra; y se distinguía de todas las otras que había visto, por tener una sustancia carnosa globular encima del pico, y dos similares debajo. Cacé un segundo animal, pero no distinguiendo claramente su cabeza a causa de los árboles, no ca– yó tan rápidamente como la primera; el indio nuevamente se ade– lantó imaginando que había caído como la anterior. Supuse que la había recogido pero se perdió, y llegamos luego a una bandada que parecía ser de faisanes, con la misma forma, color del faisán hembra y también con cresta. Estaban posados por parejas en los árboles y cacé dos: había una ciénaga entre ellos y nosotros, y le indiqué al indio que fuera a cogerlos, pero meneó la cabeza ne– gativamente. Como se iba, sin embargo a abandonar faisanes en
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