Relaciones de viajeros
252 ESTUARDO NUÑ'EZ una expedición del Marañón, me metí en el fangal hasta los bra– zos y los cogí; pero habían sido aves de carroña o a lo menos así se les considera no siendo comestibles; se alimentan con las hier– bas de la ciénaga. Hay un ejemplar disecado de estas aves en el Museo de la Sociedad Zoológica. Se hacía ya necesario que regre– sáramos porque nos habíamos internado demasiado en procura de caza, de modo tal que principié a preocuparme al no encontrar nuestro camino de regreso, pues el bosque era impenetrable sin mostrar una senda. El indio se detuvo un momento para mirar a su derredor, e instintivamente caminó en derechura hacia el lugar por donde habíamos ingresado. Este tipo de sagacidad, que es tan notable en ciertos animales, la poseen estos indios en un grado máximo. El mundo de la naturaleza estaba ante ellos y se sentían participantes de ella con toda comodidad. No se sentían perdidos. Las provisiones eran lo que necesitaban y si no podían obtener nada más, no tendrían entonces quizás escrúpulos de comer carne humana. Tal ha sido según creo el origen del canibalis– mo, y a pesar de cuán malo sea, hay que restar la parte de vile– za de esa costumbre, ya que en este sentido la necesidad no tie– ne ley. Durante el cruce, cuando veíamos u oíamos aves, monos. coatís, roonzookas o frutas, los indios paraban de remar y pare– cían lamentarse de perder la oportunidad de conseguir provisio– nes. Algunas veces les dábamos gusto y nos deteníamos por breves momentos mientras se internaban en el bosque para recoger chan– ta, etc. Tenían una gran facilidad para imitar los gritos de las aves y animales, y de esta forma se aseguraban dónde se encon– traban éstos y se acercaban hasta ponerlos al alcance de sus pu– cunas. El ruido del coatí se parece en mucho al cascabel de un guardián, y puede escucharse a gran distancia. El animal trepa ge– neralmente a la copa de uno de los árboles más altos donde se entretiene haciendo ecos con su sonido en el bosque. El resto del grupo ya había comido cuando regresamos; pron– to devoramos nuestra porción de alimento y partimos de nue– vo. La noche era mejor que las anteriores, de modo que no nos detuvimos hasta las once. Como siempre, continuamos con luz de día. Cuando nos detuvimos para cocinar, mi piloto y otro tripu– lante fueron a pescar y pronto regresaron con tres súngaros, un pez que tiene la forma de un tiburón pero sin dientes. Tiene dos antenas o sensibilizadores que se proyectan a cada lado de la ca– beza hasta los dos tercios del pez. Presentan por debajo, manchas como las de los leopardos, rayadas longitudinalmente a los costados
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