Relaciones de viajeros

RELACIONES DE VIAJEROS 289 del Perú han empezado a abandonar sus pueblos como consecuen– cia del tratamiento injusto de los gobernadores y si algo hay que todavía los atraiga de los bosques en número extraordinario, es el conocimiento de que llega el Padre para celebrar la Festividad del Santo Patrón del pueblo. En todas las ocasiones que hemos teni– do oportunidad de observar, los indios tratan a los sacerdotes con el más grande de los respetos y en todas las ocasiones se esfuer– zan por superarse ante el padre. Hacia la costa, y más particularmente en Lima, se dice que los sacerdotes son fanáticos y tiránicos y que han propagado leyen– das absurdas durante el tiempo de los españoles. En el momento, la naciente generación está acusada de caer en el extremo opuesto, de profesar principios demasiados liberales o más bien de carecer de principios religiosos y se dice que los sacerdotes están per– diendo la autoridad debida y el respeto que poseen en todos los países bien regulados y civilizados. Con respecto al desarrollo de la población, quizás no sea co– rrecto decir civilización, en el Perú encontré lo que me parecen puntos de interés. En algunas tumbas cercanas a Arica, que se dice fueron anteriores a la conquista española, y pertenecido a una raza diferente de los actuales habitantes indios, encontramos en– tre numerosos modelos de arpones, lanzas, menajes caseros, etc., que habían sido enterrados con los cuerpos, diversos modelos de balsas enteramente diferentes de las usadas ahora en la costa, pe-. ro semejantes a los catamaranes de Madrás. Los cuerpos estaban en considerable grado de preservación debido a la sequedad de la at– mósfera y a la gran cantidad de salitre del suelo. Había un cuerpo al descubierto, y no sólo la carne estaba perfecta, sino su expresión estaba como cuando había sido enterrado; era el cuerpo de una joven, aparentemente de 18 años de edad. El cabello era liso, roji– zo y creo dividido o cortado cuadrado en la frente; el color, confor– me pude juzgar, cobrizo; la expresión de su cara era agrada– ble, desprovista de salvajismo. Los cuerpos habían sido enterrados con las rodillas dobladas sobre el pecho, y están cubiertos con ponchos cuyos colores permanecían vivos. Ya he mencionado la tribu Yaguas que vimos en Pebas, y que creo pueden ser los descendientes de los Incas que huyeron a la Montaña, ante los españoles; su color también era cobrizo. No sé, si, correctamente o no, presumo al decir que si los Parsis, esto es los adoradores persas del fuego, hubieran llegado durante sus lu– chas y transmigraciones al Perú, la historia de los Incas, los des-

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