Relaciones de viajeros
306 ESTUARDO NU&EZ til de la fragata "Brandywine"; y mientras compartíamos una rá– pida comida, la llamada hizo eco en todas las cubiertas: "Toda la tripulación lista para ayudar a anclar, ah!". Todas las caras irradiaban alegría ante el propicio fin del via– je y en escrupuloso silencio rígidamente exacto, del anclaje del buque de guerra, me entregaba a pensamientos de agradecida ado– ración a esta bondadosa providencia, que había traído un grupo tan numeroso de gente todos sanos y salvos a través del inmenso mar, cuando el oficial al mando dio la primera orden de bajar velas -"plegar las velas"-. No bien se había hecho esto cuando se escuchó el terrible "Hombre al agua", "Hombre al agua" grito que corrió rápidamente desde el castillo de proa hasta el alcázar; y, un momento después, se supo que uno de la tripulación había caído del castillo de proa -una altura de más de 150 pies- al mar ¡Un estremecimiento de horror pasó por cada uno, en la segu– ridad de que estaba indudablemente perdido!. Yo estaba en ese momento parado, en el casillero de señales en la popa -el barco moviéndose a un promedio de cinco nudos– y sólo tuve tiempo de voltear, y ver que el hombre luchaba emer– giendo en la superficie de nuestra estela. Estaba aturdido y aho– gándose, incapaz de levantar la cabeza del agua; pero a pesar de eso ·parecía comprender las señales de los oficiales, dándole áni– mo para que se esforzara hasta que llegara la ayuda. Ya se habían cortado las boyas, virado el barco, y bajado dos botes con hombres pero en la confusión y la prisa, enredaron las poleas y casi al llegar los botes al agua no se podían desenganchar, y dada la ve– locidad del barco, en un instante se inundaron y se hundieron; y en lugar de un pobre hombre luchando por su vida, catorce del grupo estaban en peligro de muerte!: tres tenientes, un guardia– marina y diez tripulantes. Yo estaba ciego de agonía; y sabiendo que quedándome en cubierta sólo estaba en el camino de otros que hacían todo lo posible para rescatarlos, bajé a mi camarote pa– ra dar rienda suelta a los sentimientos que me embargaban, con ardiente súplica y lágrimas para que el Oidor de las plegarias tuviera piedad de nosotros -que nos perdonara los juicios de Su Providencia- y redimiera esas vidas expuestas a la muerte en el elemento marino. En cuanto al hombre que se cayó de lo alto, lo di inmediata– mente por perdido; pareciéndome imposible que después del im– pacto que debió haber recibido al golpear el agua de tal altura, to– davía pudiera mantenerse a flote con el tiempo adicional que ahora se necesitaba para su rescate; pero, felizmente, uno de los salva-
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