Relaciones de viajeros
RELACIONES DE VIAJEROS 13 des es usado por los españoles para referirse a toda la cadena de montañas; y Cordillera sólo para la rama más elevada o cen– tral. Observamos una gran porción de nieve sobre uno de los picos que la señalaba como perteneciente a la Cordillera. Volvien– do nuestros ojos nuevamente hacia la derecha, nuestra visión en esta dirección terminaba en el Pacífico, que en extensión sobre– pasa toda otra división de aguas en el globo. Así era la vista an– te nuestros ojos desde la altura del Cerro San Cristóbal, mien– tras nos reclinábamos bajo la majestuosa cruz erigida en la cum– bre. Nuestros ojos, al descender, fueron atraídos por el precio– so convento de San Francisco de los Descalzos, situado en una hondonada formada por las montañas. Por la tarde fuimos a visi– tar la Casa de Moneda, pero cuando llegamos al lugar nos dije– ron que nada se hacía ahí. Fui informado después que la maquina– ria era muy simple; que el timbrado se hacía con un peso levan– tado a mano, y cayendo sobre un bloque; y el acordonado de mo– nedas también a mano. Muy desilusionados, dirigimos nuestros pasos hacia la Inquisición, donde el guardián, un anciano, muy cortésmente nos paseó por todas las habitaciones, excepto la pri– sión. El lugar no es más que lo que su nombre implica -una corte de justicia para tratar ofensas contra la pureza de la fe católica-, pero ahora se usa como prisión para crímenes comu– nes. La sala de audiencias, donde se trataban los casos, es bastan– te espaciosa y cubierta con un hermoso techo de madera tallada. En la parte baja hay un gran crucifijo en la pared, a una con– siderable altura del suelo, y en la parte superior hay una pieza de tapicería, donde parecen estar los restos de las reales armas españolas, bordadas en oro. Delante de ella hay una mesa cubier– ta con una tela de color rojo carmesí, para el juez, y nuestro guía nos mostró un hueco secreto en la pared, por el cual pasa– ba una cuerda hasta el gran crucifijo de madera sobre la cabe– za del juez. La razón, según decía, era ésta: en un momento da– do, durante el juicio, se hacía una solemne apelación a la ima– gen para saber si el acusado era realmente culpable del crimen del cual se le acusaba. Si la imagen movía la cabeza, su culpa– bilidad era establecida, si no, era inocente. Esa clase de trucos pueden haber sido practicados en tiempos muy remotos, no es imposible, pero nadie puede aceptar que puedan estar todavía frescos en la memoria de alguna persona viva. Nos mostró otra habitación donde se daba la sentencia, y en la pared nos señaló la marca de tres grandes aros donde se sujetaba al reo y se le torturaba hasta que confesara, aceptando a veces crímenes
Made with FlippingBook
RkJQdWJsaXNoZXIy MjgwMjMx