Relaciones de viajeros

RELACIONES DE VIAJEROS 313 llevaba debajo del poncho se podía ver, excepto unas pulgadas, a cada lado, de sus pantalones blancos, terminando con medias de seda blanca, y zapatos de raso negro. La hija, una delicada y preciosa criatura de quince años, mon– tada en un lindo caballito, aunque oscura, sus facciones eran bas– tante claras como para mostrar la juventud en sus mejillas y la– bios, mientras que una mirada alegre y juguetona, de unos ojos negros, y unos dientes blancos como perlas, mostrados en la con– versación o al reir de vez en cuando, se combinaban para testificar los reclamos a la belleza de las mujeres peruanas. El estilo de su vestido era muy similar al que llevaba su madre, pero más fino y elegante -el mismo sombrero y usado en igual forma- pero su cabello, en vez de estar trenzado, caía en rizos sobre su cara y sus orejas -adornadas con joyas- y por su cuello y hombros sobre el poncho de rayas blanco, mezclado con alegres colores. Pan– talones de fina muselina, adornados con cintas, cayendo sobre un pie muy delicado que jugaba graciosamente en un estribo de plata, medias de ·seda y zapatillas azules completaban el conjunto. Acabamos de perderlos de vista, y mientras cabalgaban entre conversaciones y risas deliberadas, cuando vimos que nos pasaba a toda velocidad una pareja, un caballero con la vestimenta de jinete peruano, y una dama que se veía claramente que era britá– nica, no sólo por la blancura y lozanía de sus facciones, sino tam– bién por sus movimientos, vestido y toda su apariencia. Cabalgaba un hermoso caballo castaño, de orgulloso cuello, que ondeaba la crin y cola; en vestido largo azul y sombrero de castor y velo. Después pasó un grupo de capitanes y contramaestres ingleses y americanos; más que medio borrachos; corriendo como si per– dieran la vida y apurando a sus cansados animales incrustando sus espuelas en los costados sangrantes -ijares del animal- como si la locura hubiera penetrado al corazón de los jinetes, mientras que el aturdimiento llenaba sus cerebros. Casi inmediatamente después, para probar que el vicio y la ligereza no son de propiedad de naciones u hombres, pasaron dos oficiales peruanos, gritando como ebrios, y tan mareados que apenas se podían sostener en el asiento, mientras sus caballos galopaban de un lado al otro de la carretera, ante el disparejo control de las riendas. . . Estos eran algunos de los grupos qÚe se dirigían, como nosotros, hacia la Me– trópoli. Otros, de otro tipo, que igualmente venían del lado opues– to, principalmente mercaderes hombres y mujeres, cargando toda clase de productos para abastecer la demanda de la ciudad y a lo~ barcos de la mañana siguiente, y no en carretas o vagones como

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