Relaciones de viajeros

RELACIONES DE VIAJEROS 325 distancia, cae sobre el mismo lecho, un torrente de gran magnitud y fuerza, dando a veces una vista majestuosa y terrible, mientras atraviesa los arcos del puente, en una profundidad de treinta a cuarenta pies. Por este motivo, el puente, de piedra marrón, es necesariamen– te alto y macizo, y de una sólida y elegante arquitectura. De– trás de él hay un gran suburbio: y después de atravesarlo, entra– mos a una alameda o avenida muy hermosa y llena de plantas -el paseo favorito de los limeños- y muy similar al ya descrito en la entrada a la ciudad desde el Callao. Que era feriado era evidente por la multitud y la vestimenta de cada uno; y la dirección al escenario de la fiesta estaba clára– mente indicada por- la prisa de todos -carruajes, jinetes y cami– nantes- hacia el mismo punto. La primera figura descollante que encontramos inmediatamente de cruzar el puente, fue una dama montada en un noble caballo negro, enjaezado como para conducir a un mariscal de campo. El vestido y las maneras de la jinete, y la montura del cor– cel, eran enteramente peruanos. Aparentaba unos veinte años, de figura alta y elegante, de una fina cara poco común, llena de picar– día y esplendor de belleza. Un sombrero de hombre, de paja de Manila, con el arreglo rico y de muy buen gusto que se acostum– braba para el caballo, el cuello y hombros, y el poncho, eran los principales accesorios de su atuendo. Este último era de tela color oliva muy fino, ricamente bordado en plata en los bordes, con un adorno en verde claro y tan largo como para caer sobre la mon– tura, y casi hasta cubrir un pantalón de la más fina muselina, me– dias de seda blanca, y zapatos negros de raso. Estaba en la esquina de una calle, y parecía esperar la llega– da de un caballero, quien poco después se le unió. El bullicio de Ja gente que pasaba hizo que su animal se volviera rebelde, y gol– peaba constantemente el suelo y parándose en dos patas, en señal de impaciencia por querer unirse con el gentío que pasaba. Esto dio oportunidad a un fino despliegue de equitación; corrió veloz– mente en una dirección, y después la misma distancia en otra di– rección -rotando siempre sin cambiar el paso del caballo- en una elegancia de formas, y una vida y gracia de movimientos que la convirtió en la más perfecta jinete. No se podía esperar nada mejor para el lápiz de un artista; y estábamos tan impresionados, que todas las miradas estaban fijas en ella, mientras la exclama-

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