Relaciones de viajeros
326 ESTUARDO NUÑEZ ción "una Diana Vernon" "una Diana Vernon", brotaba de los la– bios de cada admirador de ese personaje del retrato de Sir Walter. Después de pasar la Alameda, entramos a un camino angosto, serpenteante y arenoso, circundado a ambos lados por altos muros de barro, y completamente lleno con carruajes o jinetes, y gente a pie, mirándose unos a otros e intercambiando miradas y venias con alegría e hilaridad. En el grupo habían personas de toda clase social, de la más alta a la más baja, de todo matiz y color, des– de el más rubio brtánico hasta el más negro de las tribus afri– canas. Al cubrir dos millas nos encontramos cerca de los recios y desnudos cerros que rodean Lima por el Norte y Este, e inmedia– tamente enfrente de un barranco a una distancia de media milla que terminaba en una colina muy empinada. Toda el área er:l desolada como las cenizas y arenas de un volcán excepto en el lugar del florecimento de la flor, que había reunido a la muchedumbre, exhibía aquí y allá un toque amarillo. Esta era la pampa de "Aman– caes", el lugar de nuestra visita, y sobre las escarpadas laderas ha– bían grupos esparcidos y también jinetes, en aparente peligro de desnucarse, subiendo alturas, que parecían sólo aptas para cabras o ganuzas. La apariencia general de la multiud, a primera vista desde la distancia, era la de un campo americano para la revista de tro– pas, o una carrera en los sectores deportivos; y una mirada más serena, excepto por la novedad de colores y vistosidad de vestidos, no disminuía el parecido. Había el mismo alboroto de risas y con– versaciones, la misma presión y movimientos de aquí para allá, el confuso sonido de instrumentos musicales en varias direcciones, y la alegría tosca y sonora de los bares y lugares de comer. Al otro lado del camino había carruajes halados por mulas, con postillón y lacayo y llenos de damas y niños en elegantes ves– tidos de tarde; alrededor de éstos estaban reunidos en amena con– versación y alegría grupos de corteses jinetes mientras que a esca– sa distancia a ambos lados del camino podía verse apretados grupos, en medio de los cuales negros y negras, en tan rica vesti– menta como sus amos o amas, bailaban al son de una música li– geramente menos tosca que la que se podría escuchar en los po– blados de su país aborigen. Ciertamente que tanto las figuras del baile como la música, si tal puede llamarse, son de origen africano e introducidos por los esclavos; y aun de este modo, necesariamen– te pagano y vulgar, me han informado que no dejan de bailarse se a menudo en los salones de la más alta sociedad del país.
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