Relaciones de viajeros

RELACIONES DE VIAJEROS 329 tumbre del país, sin silla, estaba obligada a cogerse fuertemente a la espaldilla de la bestia, con sus pies casi horizontalmente debajo de ella, mientras que sus brazos, con el trote del animal, se movían de abajo a arriba, de sus costados a su cabeza con la regularidad y rapidez de un par de alas en movimiento. Por un instante todas las miradas se centraron en ella, y cons– ciente de haber atraído la atención, trató de dar vida y conseguir gn!ope de su rocinante con golpes ocasionales a los costados con el extremo anudado de la brida: pero el único efecto producido en su terco empeño fue detenerlo en seco, y con dos o tres corco– veos ofreció el peligro inminente de arrojar a su señoría por sobre su cabeza; se disparó hacia adelante en un paso diez veces más in– cómodo que el de antes, mientras qu_e todos a su alrededor esta– llaban en sonoras carcajadas. No pasó mucho tiempo antes que las personas importantes ini– ciaran el regreso y la muchedumbre las siguió lentamente: muchos de los que estaban a pie continuaban danzando al sonido de los tos– cos ritmos de los negros que todavía se escuchaban a la distan– cia. Observé a una peruana que avanzó de esta manera a lo me– nos un cuarto de milla, girando todo el tiempo como en un vals, entre los carruajes y alegres jinetes en peligro aparente, en todo momento, de ser atropellada. Al venir de la ciudad, noté al final del camino donde ingresa– mos a Amancaes una especie de tienda con colgaduras de tela color púrpura, en la cual había música y baile y una multitud a su alre– dedor. La presión para avanzar había sido tan grande que sólo pu– de observar a un hombre y una mujer corriendo hacia los carruajes y jinetes solicitando dinero con unos platillos. De regreso nos detuvimos aquí por un momento. Los músicos todavía tocaban: los instrumentos, un violín, una flauta y una tosca arpa; el son, una repetición monótona de una notas salvajes. Pero lo que más me sorprendió y afectó -y lo que es completamente caracterís– tico de las creencias religiosas y estado del pueblo- fue obser– var una mesa, en frente a la cual los danzarines habían espar– cido flores de amancaes, en la cual descansaba una imagen a cuerpo entero del Salvador de los Hombres coronado de espinas y sangrante, representando al que definitivamente es "un hom– bre de aflicciones; y del culto del dolor", presidiendo una escena de jolgorio y vicio, y patrocinando demostraciones que, para decir lo menos, bordeaban en el pecado. Esta vista generaba una tristez~ que toda la alegría de los miles que veíamos y pasábamos en nuestro camino a la ciudad,

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