Relaciones de viajeros

332 ESTUARDO NU&EZ mia o cuerpo en el mismo estado de preservación en que se le extrajo de las antiguas tumbas de los indios, y todavía retiene la forma y vestidos del entierro. Los vendajes y envoltura del cuerpo son de tela de algodón, de fina textura, y todavía de colores firmes y brillantes. En este clima la sequedad del suelo es tal, que la des– composición no se realiza sino después de mucho tiempo, y proba– blemente que hace muchos cientos de años que estas formas fan– tasmagóricas vivían y eran actores en el teatro de la vida. Entre los artículos aborígenes de curiosidad está el cetro de los Incas y una variedad de agradables y curiosamente modeladas garrafas y vasos, algunos ornamentados con oro, probando la habilidad y el logro de los primitivos habitantes en la manufac– tura de sus artículos de boato. Hace muy poco tiempo se ha ex– traído un vaso de oro que se considera como el ejemplar más fino de artesanía antigua conocido hasta el momento. Está guar– dado en un cajón especial cuya llave la guarda el Sr. Rivera, y no pude gozar la oportunidad de admirarlo, pero el Sr. Prevost, que lo ha visto, me informa que está exquisitamente labrado. Se nos hizo notar un juego de arcos y flechas que había sido conseguido en la última quincena. Pertenecían a una partida de indios de la selva, quienes, al ser sorprendidos por una com– pañía de la costa, huyeron y los abandonaron. Las tribus na– tivas nunca han sido sojuzgadas por extranjeros, más allá de las sesenta o setenta millas de la costa. Siendo los primeros testigos de la opresión y crueldad sufrida por sus vecinos de la costa, han mantenido el aislamiento en la inaccesibilidad de las monta– ñas y no solamente han perseverado en rechazar todo intento de in– tercambio de parte de los blancos, sino que invariablemente han dado muerte a todos los mensajeros que se les enviaron, incluyendo algunos sacerdotes que en diferentes épocas han emprendido tan peligrosa empresa. Esto no es sorprendente, cuando recordamos que en demasiadas oportunidades el contacto con los españoles ha significado para ellos la destrucción y la muerte. El salón principal del museo es la antigua sala de enjuicia– mientos del tribunal inquisitorial, un salón grande y majestuoso, con un rico y hermosamente tallado cielo raso de cedro. Se nos mostró una de las celdas de los presos. Se comunica directa– mente con la sala y probablemente es aquella en la que se guardaba al prisionero que estaría sometido inmediatamente a juicio. Ingresamos a ella por dos puertas bajas del más impre– sionante grosor: la primera de gruesa madera solamente, pero

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