Relaciones de viajeros

RELACIONES DE VIAJEROS 361 escuchado, era celebrado generalmente el primer domingo de Ad– viento, pues en tal día se recuerda el juicio final y los inquisidores pretenden en esta ceremonia exhibir un recuerdo vivo de ese espan– toso acontecimiento. El profundo silencio que dominaba en el inte– rior, me permitió contar el número de puertas abiertas a la hora de las comidas y pude convencerme de que había muchos presos. El Adviento pasó y me preparé a pasar otro año en el melancólico cautiverio. El día 11 de enero, fui sacado de mi desesperación. La puerta de mi prisión se me abrió y el alcalde se presentó ante mí con hábito y dejó una luz en mi celda. La guardia llegó como a las dos y me condujo a una galería larga donde encontré a mis com– pañeros de destino arrimados contra la pared, los cuales de no ser por el movimiento de los ojos habrían parecido estatuas antes que seres animados. Fui colocado entre este melancólico grupo; aquellos condenados a ser quemados estaban con sus confesores en otro lu– gar de la habitación y las mujeres estaban en una habitación ad– junta; aquí recibimos una larga vela de cera y un traje amarillo, con la cruz de San Andrés pintada por delante o por detrás y que es llamado San Benito. A los heréticos reincidentes se les pone la zamarra, cuyo color .era gris y en ella estaba pintado el retrato del sufriente rodeado con antorchas, llamas y demonios. Las carro– chas o gorros de cartón, de forma cónica, decorados de demonios y fuegos, les eran luego puestos a dlos. Era ya el amanecer, cuando Ja gran campana de la catedral anunció al pueblo la augusta cere– monia del auto de fe, y fuimos llevados de la galería al gran hall y uno por uno entregados allí al cuidado de los frailes y padrinos, quienes habían de llevarnos al lugar de la ejecución. Con ellos fui– mos directamente a las calles, donde vimos la procesión encabezada por los padres dominicos en honor a Santo Domingo, el fundador del Sagrado Tribunal. Como no era yo uno de los menos culpables, no fui más allá; caminamos con los pies desnudos por las calles y las piedras chatas herían mis débiles pies al punto de hacerlos sangrar. La turba de ~spectadores era inmensa. Llegados a la iglesia de San Francisco, el Inquisidor y el Consejero estaban a un lado del altar y el Virrey y la corte al otro. Los prisioneros estaban ahora sentados y un monje agustino subió al púlpito y predicó durante media hora y no pude dejar de anotar una comparación que hizo entre la Inquisición y el arca de Noé, según la cual hizo esta distin– ción: que las criaturas que entraron en el arca la abandonaron cuan– do el diluvio cesó, manteniendo sus propiedades originales, mien– tras que la Inquisición mostraba la característica especial de que aquellos que entran a su recinto, crueles como lobos y feroces co– mo leones, salen de ella mansos como corderos. Las sentencias fue– ron leídas en seguida, y mi alegría fue grande al escuchar que no

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