Relaciones de viajeros
RELACIONES DE VIAJEROS 25 do es tierra. Las casas son como las del Callao, construidas de cañas y postes, cubiertas con barro y pintadas de blanco. Na– da de lo que vi tenía más de un piso. Entramos en la casa de un caballero americano, que reside ahí como Cónsul de los Estados Unidos, donde anteriormente había sido juez. Me dijo que todavía se puede encontrar en el interior muchos restos de fortalezas y otras antigüedades, particularmente en las vecindades de Trujillo, -donde, dijo, hay también una población que consta de habitantes oriundos del lugar, sin mezcla de sangre española o negra. Al ir hacia la playa principal que es un gran terreno rodea– do de casas de barro, vimos un número de tropas recién formadas y que entraban de la mañana a la noche; ningún soldado tenía zapatos, se habían puesto recién sus nuevos uniformes, que pare– cía sentarles bastante mal, sus figuras en general eran pequeñas, mal formadas y humildes, tanto que parecía para ellos todo un esfuerzo el cargar sus mosquetes. El número de tropas en la ciu– dad se decía que sumaba de cuatrocientos a quinientos, y habla– ban de marchar inmediatamente a Lima. Unos minutos antes de que llegáramos a la plaza fue fusilado por deserción un soldado del ejército. El ejemplo era necesario, porque siendo levados, naturalmente buscaban una oportunidad pa– ra regresar a sus hogares. Las provisiones son tan escasas acá co– mo en el Callao, la carne no se puede encontrar; se cría gran can– tidad de ganado en el valle, pero se utiliza para la tropa; los hue– vos están a cuatro por un real. La gente es, genéricamente hablan– do, de tez oscura, cobriza, toda una mezcla del peruano con el es– pañol o negro. Mientras estábamos en la plaza pasó el conocido Monteagudo al que se distinguía por ser compañero de San Martín, mientras fue gobernador de Lima hacía un año o dos. Un monje con el que tuve oportunidad de entablar conversación en la calle, observó que era un hombre de grandes talentos y muy útil en revoluciones. Me dijo, qu,e él era uno de los tres mon– jes que ahora quedaban en el lugar. Remando del barco hacia la costa, vimos cierto número de ballenas dando vueltas alrededor nuestro, algunas a 50 yardas, botando agua de la nariz, otras sacando sus lomos del agua, y otras veces levantando sus cabezas perpendicularmente fuera del agua, y mostrando los caracoles adheridos a su piel. Sus juegos parecían hechos en homenaje a la llegada del Capitán Maling, Co– mandante británico en el Pacífico, así como las ballenas de Ho– mero le hicieron honores a Neptuno, en tiempos antiguos.
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