Relaciones de viajeros

RELACIONES DE VIAJEROS 27 traído una "valencienne", especie de calesa, suficientemente gran– de para dos y halada por una pareja de mulas. El coche es tan pobre como puede fácilmente imaginarse, y las mulas con montura y arnés de lo más ordinarios, agregando un peso innece– sario al trabajo de los pobres animales. Nos demoramos casi dos horas en llegar a Lima. En la carretera vimos los cadáveres de los patriotas muertos en la última acción, y que Rodil ordenó se dejaran como presas de perros y gallinazos. La carne en mu– chos de ellos estaba totalmente consumida, pero de algunos que– daba una pierna o brazo cubiertos en su ropa. La mayor par· te de los esqueletos parecían pequeños en comparación con el tamaño de los europeos. Cuando regresé el domingo por la misma carretera, .en compañía del señor Pfeiffer, me dijo que él había visto personalmente toda la acción, yendo desde Lima con los patriotas para satisfacer su curiosidad. Me aseguró que los españoles no habían preparado una emboscada en ninguna parte de la carretera y que toda la acción tuvo lugar enfrentán– dose ambos ejércitos. La infantería patriota avanzó, sin oposición, hasta cierta distancia de La Legua, seguida por la caballería, cuando se encontraron con la caballería española, que los atacó a todo galope, blandiendo los sables sobre sus cabezas, y gritando tanto como podían. El Sr. Pfeiffer asegura que la infantería pa· triota se mantuvo por cinco o seis minutos, y que después llena de pánico se mezcló con la caballería, y se armó toda la con· fusión. Los españoles los alcanzaron en la carretera más allá de La Legua, y aquí tuvo lugar la mayor masacre. Había casi 150 co– lombianos entre las tropas patriotas y sobre éstos recayó lo duro del combate. Muchos se dispersaron por el campo, donde fueron perseguidos y muertos, pero algunos salvaron sus vidas escondién– dose entre la alta hierba y los arbustos. Al llegar a Lima fuimos a la casa del Sr. Pfeiffer, donde bau– ticé a su hijita. Se sirvió un gran almuerzo de bautizo a las 3 p.m. sentándose a la mesa de doce a trece personas. Pasamos una tarde muy agradable. Descubrí que la Sra. Pfeiffer era hija de un inglés cuáquero. Me oyó conversar en alemán con su marido y, pen· só que yo era alemán, lo cual, como broma no negué. Sentí un indescriptible placer al conversar con un alemán en su propio idio· ma, ya que por mucho tiempo me había sido extraño a los la– bios. El Sr. Pfeiffer es uno de los cuatro o cinco alemanes resi– dentes en Lima, a quienes él ve poco, prefiriendo alternar con otros amigos. Por la noche, fui a dormir a la casa de un amigo; eran las 9. 30 cuando atravesábamos las calles; no se veía un ser hu·

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