Relaciones de viajeros

RELACIONES DE VIAJEROS 53 ya. El atardecer último, sábado, dos o tres botes del barco se dirigieron a cazar focas a las islas Chincha. Yo acompañé al ca– pitán Maling en el segundo bote. Uno de los otros botes se nos había adelantado y su tripulación trepó por uno de los lados de la roca sobre la que estaban asoleándose cientos de focas y cuando llegamos las empujaban al otro lado hacia un empina– do acantilado, matando con garrote cuantas podían. El espectácu– lo, siendo completamente nuevo para mí, era entretenido. Vimos a estos animales rodando roca abajo en su curiosa manera, atro– pellándose unos a otros y algunos lanzándose sobre los hombres que con sus garrotes estaban ocupados en partirles el cráneo. Su grito podía oirse a gran distancia: es algo intermedio entre el bramido profundo de un toro y el ladrido de un perro. Cuan– do llegaban al agua nadaban alrededor de la roca sacando sus ca– bezas fuera del agua como descontentos de ser expulsados de su hogar y gimiendo penosamente como si estuvieran lamentándose por el destino de sus compañeros que yacían muertos a cierta distancia. La caza continuó durante una hora; algunos de nues– tros marineros se internaron en el agua persiguiendo focas, gol– peándolas en la cabeza y arrastrando sus cuerpos a la playa. Yo empleé la mayor parte de mi tiempo en recoger conchas y mues– tras de roca, las que son 'enteramente de granito. Las aves mari– nas y las focas han depositado una prodigiosa cantidad de excr~mento sobre la isla, que huele muy mal. Este excremento consti– tuye en algunas partes de la costa un valioso artículo de comer– cio y hay barcos especialmente armados con el único propósito de recolectarlo. Alrededor de doce focas cayeron víctimas de la actividad de nuestro grupo y uno o dos cuerpos enteros fueron traídos a bordo; su corazón e hígado son muy agradables . El do– mingo por la tarde levamos anclas y después de un aceptable via– je contra el viento, anclamos el jueves en Quilca (S de mayo). Mayo 6.- Bajé a tierra con uno de nuestros tenientes navales y el cirujano del barco. Al acercarnos a la costa nos sorprendió la vis– ta de las desnudas y escarpadas rocas que se extendían a todo lo largo de la costa. Una fuerte marejada similar a la que habíamos experimentado largo tiempo en Chorrillos, las cubría con agua le– vantando espuma en impresionantes chorros a gran altura. Un estrecho pasaje entre dos prominentes rocas conduce a un profun– do receso llamado la Caleta, en cuyo extremo está la ciudad de

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