Relaciones de viajeros

RELACIONES DE VIAJEROS 55 decente presencia. Examiné a uno de los niños que parecía te– ner de diez a doce años de edad. Leía aceptablemente bien. El libro era un anticuado devocionario y obsequié al padre una tra– ducción española de las Evidencias de la Cristiandad del Obispo Porteous. Lo observó al principio con desconfianza, pero lo acep– tó finalmente. Uno de nuestros marineros regaló algunos folletos en español al maestro. Después descubrimos que los folletos habían sido presentados al padre, suponemos que para su inspección y aprobación. Con el señor Houston continué por el valle en búsque– da de huacas o antiguos cementerios. Inspeccionamos dos o tres lu– gares de las laderas de la roca pero sin éxito. Por suerte descubri– mos cráneos de dos niños en una pequeña profundidad; uno de ellos muy deformado, aparentemente por compresión. Ha– bía una gran cantidad de conchas marinas, erlterradas junto a esos restos. Una de ellas en la forma de una copa, con una abertu– ra, en la unión; estaba en buen estado de conservación, y la llevé conmigo. El valle en conjunto es extremadamente hermoso y tiene características distintas de lo que he visto anteriormente. Limita por el norte y el sur con majestuosos acantilados de granito, cu– biertos en algunas partes con tierra blanca como limo, como in– diqué anteriormente, como si toda la superficie de la región hu– biera sido pasada por un gigantesco cernidor; en las barrancas o depresiones en la roca, este polvo, depositado por los vientos, al– canza a veces diez o doce pies de grosor. El valle tiene en algunos lugares casi media milla de ancho, totalmente plano; en el cen– tro fluye una corriente ancha y poco profunda, que en la época de lluvias llena sus márgenes hasta el borde de las rocas, y sus lados están cubiertos con sauces y carrizos. Entre la una y las dos de la tarde, regresamos a la aldea, donde habíamos dejado una canasta de comestibles y almorzamos frente a una de las casas . Los ocupantes fueron extremadamente corteses y nos calentaron en la mejor forma que pudieron algunas tajadas de carne que habíamos traído. Cocinaban su propia comida: pescado frito, ve– getales y harina de maíz hervida en leche. De esta última nos die– ron dos generosos platos y pensamos que era excelente. No de– bo omitir que para comer nos dieron tres cucharas de plata. Des– pués del almuerzo regresamos a Caleta y escalamos un empinado acantilado tan singular que amerita una particular descripción. Su aislada cumbre forma una especie de fortificación natural y como defensa adicional donde quiera que el terreno lo ha permi– tido se ha apilado piedras en forma de muro. La totalidad de este cerro está cubierto con huacas, o sepulcros, tumbas de

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