Símbolos de la patria

134 GUSTAVO PONS KUZZO su vida en el hogar doméstico, oyendo los consejos y recibiendo los tiernos cuidados de su madre Da. Rosa. Contaba seis años cuando ingresó por la vez primera en un establecimiento de educación, y durante los cuatro años que allí estuvo concluyó todos sus estudios preliminares. A instancias de su padrino, abandonó las aulas cuando ya se iniciaba en los secretos de la gramática latina. El buen señor, que quería mucho al ahijado, no dejó de percibir que el joven era afi– cionado al canto, y que retenía con tenacidad admirable lo que una sola vez oyera. Persuadir a la madre para que dedicase al niño a la música, y no a la medicina, como se había~ pensado, fue desde entonces su proyecto. La elocuencia natural, compañera siempre de la convic– ción, dio fuerza al buen padrino, e hizo que lograse lo que tanto anhelaba. «Comadre», le decía a Da. Rosa, «José Bernardo está destinado por la naturaleza para la música y no para ot!a cosa». Desde entonces se fijó el destino de Alcedo. Convencida la buena madre, resuelta a seguir estos consejos, logró que el joven Bernardo entrase en el convento de los Agusti– nos, donde a la sazón florecía una acreditada academia dirigida por Fray Cipriano Aguilar. No bastó la solicitud maternal para ase– gurar los adelantos del hijo, y poco después, habiendo llegado a oídos de Da. Rosa, que las lecciones de los buenos padres Agus– tinos eran tan oscuras como inútiles, determinó separar al niño de ese convento y trasladarlo al de Dominicos. Entonces era universal la reputación artística del Dominico Fray Pascual Nieves, buen tenor y mejor organista, y fue por este motivo que él tuvo la suerte de dirigir los primeros pasos de Ber– nardo en una senda que debía conquistarle más tarde un nombre envidiable. Fue la primera diligencia del Padre Nieves tener una idea de lo que ya sabía su nuevo alumno. Lo hizo solfear una lec– ción, y muy mal debió desempeñarse Bernardo, cuando excitó las risas de los demás alumnos. Este incidente se convirtió en poderoso estímulo. Herido su amor propio y conmovida su alma delicada, con lá– grimas en los ojos, decía a sus compañeros: «Ustedes me han aver– gonzado, burlándose de mi torpeza, pero no se reirán más, yo lo prometo.»

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