Símbolos de la patria
SIMBOLOS DE LA PATRIA 137 Desde ese día, su asiduidad no tuvo límites. ¡Cuántas noches, mientras sus compañeros dormían, él solo y olvidado, permanecía con el papel en la mano, a la débil luz de una bujía, descifrando y analizando la lección que debía repetir al día siguiente! Esta ince– sante y absoluta contracción le valió más de una seria reconvención. El maestro temía, y no sin j ustÍcia, que aplicación tan extraordi– naria le costase la vida al discípulo. La recompensa de todas estas fatigas no se hizo esperar. Fray Pascual, secretamente contento, no vaciló en corresponder al em– . peño de Bernardo. Dos horas en la noche ayudaba al alumno, y tantos esfuerzos no podían menos que ser coronados del más bri– llante éxito. Seis meses después, cuando sólo tenía once años, no había trozo de música que no fuese interpretado por Bernardo. Fue nombrado pasante de la Academia, y para ser más señalado este premio, Fray Pascual reunió a todos los alumnos, y delante de ellos le confirió el título con estas palabras: «Es preciso distinguir al que se dis– tingue.» Los avergonzados discípulos miraban de hito en hito al que tanta honra había merecido, y esta ceremonia, simple y carac– terística, la terminó el favorecido, con estas palabras dirigidas a los alumnos: «Vosotros os mofasteis de . mi ignorancia hace seis 4'meses, cuando por mi felicidad vine al poder de mi sabio maestro, «Y ahora que pudiera· obrar del mismo modo, prefiero ayudaros y «serviros en cuanto pueda.» Poco tiempo duró Alzedo en esta Academia, porque obligado Fray Pascual a salir de Lima, todo se concluyó en el establecimiento. Este suceso privó a Alzedo de consejos saludables y de sólida doc– trina; sin embargo, con los conocimientos que ya poseía, se dedicó al estudio de Haydn y de Mozart: oía con atención la misa de éstos y otros maestros, y aún componía ya pequeños motetes. A los diez y ocho años compuso su primera misa en Re mayor. Asombró a todos tan prematuro trabajo, siendo muchos los que no creían que era obra suya, circunstancia que hizo sufrir al nuevo compositor multitud de disimulados exámenes, en todos los cuales salió airoso su talento. Hacía ya tres años que por la continua habitación en el con– vento, su trato constante con los religiosos y con sus jóvenes com– pañeros de coro, Alcedo había sido inducido a abrazar la vida monástica, concurriendo a ello, aunque no el ·consejo, al menos la aquiescencia de su buena madre. Entonces comenzaban ·a desarro– llarse los primeros sucesos de la gloriosa emancipación peruana, y
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