Símbolos de la patria

146 GUSTAVO PONS MUZZO La muerte nos ha arrebatado una de esas reliquias preciosas del pasado, y que poco a poco van desapareciendo, dejándonos un recuerdo imperecedero de sus virtudes y de sus hechos gloriosos. Alcedo era uno de esos seres cuya existencia estuvo consagrada a la patria. Ninguno como él la engrandeció, ya combatiendo contra la tiranía, ya produciendo piezas musicales de notable mérito que influían en el ánimo de los ciudadanos para proseguir con firmeza la noble causa de emancipación. Los mejores días de su juventud, los dedicó Alcedo al servicio de la Libertad, él soportó tranquilo toda clase de vejámenes, persecu– ciones y no desmayó hasta ver coronados con los laureles del triunfo tanto sus propias convicciones como las de sus compañeros de armas. Adquirió gloria como soldado y como músico. La primera a costa de inmensos sacrificios y de su sangre; la segunda, merced al genio prematuro que se desarrolló en la infancia. Alcedo con el corazón poseído de entusiasmo se lanzó a la lucha, porque no podía contemplar impacible el predominio de las viejas y viciosas preocupaciones de la monarquía sobre los sanos elementos que ya germinaban en las nacientes Repúblicas de América. Nuestro joven héroe anhelaba como todos los peruanos, un go– bierno propio para su país, que apartándose de los abusos y del es– píritu de explotación que eran tan comunes en la época del coloniaje, lograse ocupar el alto rango que le correspondía, entre las naciones libres del Orbe. Veía el entronizamiento de la arbitrariedad y de la tiranía y esa alma nacida para el bien, no pudo menos que ponerse al frente de los opresores y desafiar resueltamente su saña y su furor. El arte sublime de la música vino a retemplar el fuego sagrado de tanto patriotismo, consolando al maestro en las horas de prueba y animándolo en la senda gloriosa de la libertad. Así se deslizaban penosos los primeros días de esa lucha memo– rable, en que cada uno hacía esfuerzos sobrehumanos por librar al país de la dominación extranjera; Alcedo, que demostró un tezón in– quebrantable, esperaba con el corazón lleno de fe la fecha que servi– ría de complemento a sus triunfos musicales y que colmarían las le– gitimas aspiraciones del maestro y soldado. Llegó el momento feliz para la Patria. El General San Martín al mando del Ejército Libertador se pre– sentó en las playas del Perú el año de 1821 y el maestro Alcedo co– rrió presuroso a formar en sus filas.

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