Fénix 1, 104-120

Y no es difícil supoiier que el nombre del clérigo fuera dado por sus padres al hijo que el destino hiciera nacer en aquella tierra, pues Italia se les pre- sentaría, así, coma la sepultura de un virtuoso José Pérez de Vargas y la cu- na de otro, en cuya tierna edad se anunciaban los más promisores frutos. Nacido aquel hijo, abandonarían sin dilación Massa de Carrara, en trán- sito hacia Florencia, aquella hermosa villa de1 Arno por la cual suspiró Dan- te. Y allí debieron nacer otros vástagos del joven matrimonio. Seguramen- te, aquellos que el primogénito ( ? ) representa bajo los nombres de Tirsis y Filis y que, en 1830, se le unen para hacer el elogio de sus padres, en una bella poesía pastoril ( 2 ) . En Florencia ( 3 ) vivió José Pérez de Vargas los años de su infancia. Allí admiró la tradición itálica, contemplando devotamente sus vetustas rui- nas, y bajo su influencia se inició en los eufónicos secretos de la antigua la- tinidad. Siete años dedicó al estudio del latín clásico y de su bella literatura, con tanto ahinco y provecho qUe "aprendió a hablar el idioma de Woracio con la misma propiedad que el del Ariosto" ( 4 ) . LIegó el año 1796. Y el Lacio perdió aquella augusta y patinada tran- quilidad que se enmarcaba en sus ruinas y en la solemnidad de sus teocráticos monarcas. Porque, asido a su fortuna militar, Napoleón profanaba las rui- nas, saqueaba los archivos, exigía obras de arte y dictaba su voluntad a los pueblos. Pausada y persistentemente, la zozobra escocía los espíritus; llegó a dominarlos, cuando Napoleón instituyó el consulado; y, siguiendo ¡a co- rriente, la familia Pérez de Vargas procuró alejarse de la tormenta, retornan- do a los apacibles dominios de España en América, al Perú, la tierra de sus mayores. Después de una prolongada travesía marítima --que en aquella época era inevitablemente penosa- los Pérez de Vargas debieron llegar a Lima por el flamante camino carretero que hiciera construir el virrey inglés, para facilitar el tránsito entre la cortesana ciudad virreinal y el fortificado puerto del Ca- llao. Los esperaba una familia ansiosa que, entre recuerdos y zalemas, inqui- riría sobre las impresiones que en el ánimo de los viajeros habían dejado las costumbres y el progreso de la lejana Europa, José escucharía atentamente las maliciosas consejas de la abuela (5) . Y, por las tardes, acompañaría a su padre y a su tío Pascual, en alguna visita destinada a reanudar viejos lazos de amistcld. De pronto, su interés se agu- zó en la contemplación del inquieto avispe0 de los vecinos, sobrecogidos y agitados por el fúnebre tañido que anunciaba la muerte del virrey; y, tam- (2).-En la bibliografía que forma la parte final del presente estiidio, véase las referen- cias (39 y (40. (3) .-Véase (115. (4) .-Véase (107. (5).-Véase (68, Trascrita en la antología que forma la cuarta parte del presente es- tudio. Fénix: Revista de la Biblioteca Nacional del Perú. N.1, enero-junio 1944

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