Fénix 1, 19-27

LAS BIELIOTECAS INFANTILES 2 1 abandonaba y las repetidas visitas de mi madre, a la que rogaba con el acen- to de la desesperación que me sacara de allí y que sólo me contestaba con su llanto silencioso, sin doblegarse en su resolución, aumentaban aún mis amar- guras. La reacción vino de un recurso inesperado. Una noche que nos Ila- rnabai~a la clase de estudio, se me ocurrió abrir uno de los cajones de mi cémoda. . . Maquinalmente tomé el libro que allí había y me fuí con él. . . Era una traducción española de Los Tres Mosqueteros, de Dumas. Decir la impresión causada en mi espiritu por aquel mundo de aventuras.. . es hoy superior a mis fuerzas". (Cané, Miguel. Juvenilia Buenos Aires, Gil, s.f. p. 46). En otras oportunidades, no es solamente un libro determinado el que ím- presiona al niño sino todo el espiritu de ciertas obras que nutre y fortalece su alma. Tal es el caso de los dos grandes santos militantes, Santa Teresa de Avila y San Ignacio de Loyola en quienes encontramos este espíritu de aventura y la predilección por los libros de Caballerías. Ellos fueron, des- pués, caballeros andantes en Cristo. Cervantes nunca criticó el espíritu de estos libros, su altísima esencia porque su Don Quijote lo encarna en toda SII sublimidad; pero si criticó el hecho de que mucha gente creyese en toda la exagerada fantasía de las aventuras. Santa Teresa refiere hablando de los libros de caballería: "Era tan en extremo lo que esto me embebía, que, si no tenía libro nuevo, no me parece tenía contento". Obras de Santa Teresa de Jesús. Buenos Aires, Poblet, 1941. t. 1. p. 9) . Y el Padre Rivadeneira comen- ta al hablar de la enfermedad del soldado Iñigo que "Era en este tiempo muy curioso y amigo de leer libros profanos de caballería, y para pasar el tiempo, que con la cama y la enfermedad se le hacía largo y enfadoso, p i d~ó que le trujesen algún libro desta vanidad. Quiso Dios que no hubiese ningu- no en casa, sino otros de cosas espirituales que le ofrecieron; los cuales él aceptb, más por entretenerse en ellos que no por gusto y devoción. Trujé- ronle dos libros, uno de la vida de Cristo nuestro Señor y otro de vidas de Santos, que comunmente llaman Flos Sanctorum. Comenzó a leer entre ellos al principio (como dije) por su pasatiempo, después poco a poco por afición y gusto; porque esto tienen las cosas buenas, que cuanto más se tratan más sabrosas son". (P. Pedro de Rivadeneira. Vida del Bienaventurado Ignacio de Loyola. Madrid, Apostolado de la Prensa, 1900. p. 27). De este mismo espíritu participa Francisco Pizarro, al realizar hazañas magníficas en la Conquista. I-Iay una razén para vigilar con extremo cuidado la lectura infantil, si consideramos que el niño se impresiona muy hondamente en los primeros años de su vida. Santayana afirma que el buen gusto se farnla en la juventud, en aquellos momentos en que la emoción estética es inmensa y definida. Solamente los objetos que descubrimos en aquellos años llegan a tener una verdadera su- blimidad después. (Santayana, George. Life of Reason (Reason in Art,), New York, Scribner, 105. p. 194). Fénix: Revista de la Biblioteca Nacional del Perú. N.1, enero-junio 1944

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