Fénix 10, 149-156
154 FENIX radas de caldo y té, pues ya no le era posible sostener la taza en que se le habia servido: en seguida se le recostó y durmió hasta las siete y media del día, hora en que no bien despertó dió la órden de marcha, á la que se opuso tenazmente D. Manuel A. y Vigueras, sin conseguir descansara siquiera una hora mas. Dispuesta la partida se incorporó corno si estuviera sano: envolvió por si mismo en su cuello la bufanda que usaba: se despidió de doña Fructuosa Ra- mirez, esposa del señor Almonte, la que lo habia asistido durante el tiempo que fué su huésped, y montado á caballo por su comitiva, siguió á retaguardia de su fuerza la via de Tibiliche. En el largo espacio de cinco leguas conversó al señor Almonte sin que pudiera entenderle sino muy poco. Llegado al pié de un molle se hizo apear, descansando un rato sobre pellones que se le tendie- ron: pidió un poco de agua y antes de dársela, tomaron dos de los de la comi- tiva de una sola botella que llevaban, no dejando siquiera por humanidad mas que cuatro dedos, de cuya pequeña cantidad tomó un poco el desgraciado Gran Mariscal. A las doce del dia se hizo montar otra vez continuando su marcha con su pequeña comitiva: á las tres y cincuenta y cinco minutos de la tarde y una y media legua ante de llegar á T~biliche, llamó á su sobrino D. Eugenio Castilla y le dijo: 'No me dejes solo, porque debes estar a mi lado: me siento malo y de muerte: tengo sed: ya todo ha concluido: cada uno debe retirarse á su casa". En vano se adelantaron entóqces y solo entónces en busca de agua algunos de la comitiva: ya era tarde, infructuoso é inoficioso el apuro. A las cuatro recibió otro expreso de Arica, comunicándole que si no llegaba á tiempo de atacar la division Ugarteche, ca~itularian: impuesto de la comunicacion y trans- curridos diez minutos metió espuelas á su caballo, dióle una vuelta, lo sentó y paró: "es preciso descansar" dijo, y se hizo apear: volvió á pedir agua y como no la habia le hicieron tomar un poco de vino: mas el reloj marcaba las cuatro y cuarto de la tarde: hora terrible que enlutaba la nacion. . . abrió mucho los ojos y lanzando un profundo suspiró dejó de existir para siempre en Pos brazos de su sobrino y los del señor Coloma, rodeado de D. Nicanor Rivas y cinco tarapaqueños mas que componian toda su guardia de honor y bajo un sol abra- zador. Murió, pues, el Gran Mariscal Castilla como un. verdadero y abnegado patriota, á quien, no obstante, haber gobernado la nacion en diferentes épocas, apenas se le encontró en el bolsillo una moneda de cobre, valor de diez centa- vos, y dos billetes de un peso cada uno contra uno de los bancos de Chile. De ese sitio, que debiera recordarlo una pirámide, fueron conducidos los restos del infortunado Gran Müriscal á la hacienda de Tibiliche, en cuya casa se velaron esa noche conforme á las miserables circunstancias del lugar: al si- guiente dia trasladáronlos su comitiva 6 la de Jana, donde quedaron deposita- dos secretamente para ocultar á la fuerza tamaña desgracia, evitando con esta medida un contraste mas que deplorar en la causa proclamada. Y sin embargo de estas precauciones la nueva de su muerte que se comunicó de Tibiliche á Pisagua la misma noche de sii velorio, se trasmitió con velocidad al Prefecto Zapata, quien en el acto se puso en Arica donde se hizo pública en el campo Fénix: Revista de la Biblioteca Nacional del Perú. N.10, 1954
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