Fénix 11, 331-347
jPuede que sea cierto, pero Clovis, mundano y pesimista, sabe perfectamente que las plumas se trazan por sí mismas la ruta!. . . Y que no está demás alentar al viajero, aunque marche extraviado. . . Los muchachos, los nuevos, los de ahora, escucharon atentos desde niños la autoridad de Clovis y, con mucho derecho, opinaron en contra.. . Constataban que pensaba de modo ya impen- sado por pensado, y, entonces, le atacaron de firme; pero el gran pendolero, se- guía inconmovible retorciendo su rueca ;la nueva generación cayó vencida: ya le lee, también!. .. Y Clovis sigue hilando. . . ¡Si algún día fenece -plegue a Dios que suceso tan negro esté lejano- el diario que hoy le alberga, se verá precisado a conservar en blanco la columna exclusiva de Clovis, para toda la vida!. . . Hoy su fama ha traspuesto los montes, las fronteras, los mares.. . Un día la vistosa opereta de Ginebra, quiso hacerse presente a la América vasta, e inventó un comité de expertos líricos, dedicados a almorzar en com- pana y charlar de sobremesa. . . Clovis fué de inmediato pedido por correo, a gran apuro para integrar el cuerpo. . . Después, a su regreso, las naciones her- manas se peleaban por escuchar de labios del autor, sus alados discursos. . . Literato. Orador de verbo rápido, Profesor erudito. Diplomático lince.. . Ha- blantSn callejero. Comilón exquisito. . . CocteIista c'ostoso. . . Buen amigo, aseguran, y otras cosas. . . Clovis ha sido todo y será mucho más. . . -Qué opina usted de Clovis?, pregunté alguna vez a un mal sujeto. -Qué he de opinar!, me contestó tranquilo. . . -Sí, pero. . . -iA Clovis hay que aceptarle, como aceptamos 13 torre, puntiaguda y erecta, del reloj alemán!. . . 3 -2. ... . . , . . - . -iHemos concluído!. . GALVEZ, HOMBRE DE INICIATIVAS. . . José Gálvez, fue el tuerto afortunado de una &pocaciega en el Perú.. . Surgiera, hace veinte años, a la pública luz, con un canto longevo y meta- fórico a las españas preteridas y, desde entonces, vínose a él, fácil, aligera, pa- siva, la popularidad rebozadora. . . No hubo certamen importante, velada, ce- remonia, función, o defunción, en que el poeta Gálvez no exprimiera su estro rezumante, cual jugoso limón agridulcete. . . Los banquetes innúmeros que la ciudad ofrece a sus grande-homes, resultaban insulsos, indigestos, mediocres, sin un brindis melódico de Gálvez. .. Los entierros famosos de los mismos ilus- tres banqueteados de otrora, parecían oscuros si una sentida oración funeraria del poeta escogido, no les daba realce.. . En las profusas veladas literarias de entonces, las frases de don Pepe o sus versos eufónicos eran el plato fuerte y la única verdadera atracción de los programas. . . Si alguna bella dama aris- tócrata casaba con algún singular caballerete de abolengo metálico y huanero, la boda no era boda, ni era nada, sin un albo soneto epitalámico del engreído bardo absalonida, preñado de azahares, castos lirios y cirios melancólicos, entre adjetivos virginales. . . Las revistas se peleaban sus rimas. . . Las gentes s e sabían de memoria sus extensas versadas. . . En las reparticiones dicembrinas de premios colegiales, planteles de ambos sexos hacían recitar a sus mansos pupilos los poemas ya célebres. . . Su fama, galopante, recorría de uno a otro confín el territorio. . . El Perú no cabía de contento con la gloria esplendente del aeda. . . Por doquiera se escuchaba su nombre envuelto en luz. . . Por aquí, por allá, por acullá, aparecía erguido el bardo enjuto. . . Estaba en todas partes Fénix: Revista de la Biblioteca Nacional del Perú. N.11 1955
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