Fénix 11, 331-347
TESTIMONIOS 333 le apreciaban y leían sus versos. Se ingurgitaban TRILCE. . . iY lo entendían!. . . Todo estaba bien, sólo que sus colegas de primaria, los maestros, le tomaban por loco. . . De reojo lo miraban pasar. Se miraban entre ellos. Y, disimula- damente, sonreían.. . El cholo regocijábase del caso. Exageraba el gesto y acentuaba los tonos. Paradojaba a todo lujo y desrazonaba a cada rato. Se entretenía. Mas su fama de loco aumentaba contenta.. . Cuando lanzó su TRILCE, buscaron en los léxicos profusos y no hallaron la significativa pala- breja. Recorrieron la poética abstrusa de sus páginas. . . jY sintieron terror de vivir lado a lado con aquel hombre tktrico. . .! Cierto día penetrará al salón de profesores. Había animado parloteo, que al ingresar él se concluyó de golpe. . . Se callaron a breque. El poeta notó que se trataba de él. . . Percibiera la fuga azulceleste de la carátula de TRILCE. , . Se criticaba su obra.. . Y, cuando le preguntara con aire protector, como a un pobre en:rr- mo, uno de sus colegas: -Y, mi amigo, ¿qué tal? 2Cómo va eso?. . . Alienándose el semblante vastamente, contestó: -Maduro un gran negocio en estos días, pero me falta "plata". -¿Si? ?Y qué cosa? preguntaron simultáneamente varias voces amigas. -¿De qué se trata? Y el indio contestó, arrugando el ceño: -Sembrar arroz con pato en grande escala. .. ! Los cráneos pedagógicos erizaron sus pelos. . . ! MARTHNEZ LUJAN NO PROBABA LICOR El viandante que acostumbre incursionar en las noches por las zonas populosas de la ciudad, ha visto de seguro, alguna vez, la figura cetrina de un hombrecillo singular que, en medio a un grupo alelado de sujetos humil- des, peroraba exaltado o recitaba versos admirables, en cualquiera de los embriagaderos numerosos del barrio. . . Pequeñín de estatura, atezada la piel, crespo el ralo cabello, estropeada hasta el límite máximo la indumenta paupé- rrima; eufórico el espíritu rico, de espirituosidades. . . quejumbroso en el tono, agridulce la voz, castizo el giro, mordaces los conceptos, digno el porte y en- terrado el vestido: es Martínez Luján, el poeta brillante que, años atrás, quizá si unos cuarenta, era dueRo absoluto con perfecto derecho de tres cuerdas y media de la lira peruana. Las otras tres y media poseíalas José Santos Cho- cano.. . rico en tropos y abundante en metáforas.. . A veces lo veréis por la calle, caminando sonámbulo en diogenesca traza, caídas Ias guías del mos- tacho anticuado y crecida libremente la barba. Pero cierto día lo encontra- réis, de pronto, sorpresivo de aliño y bien vestir, rasurado y prolijo en las ma- neras. . . Siempre porta en la diestra un periódico cuya fecha se pierde en el pasado; unas cuartillas, no tan albas, y un lápiz prodigioso y longevo de bien tajada punta. No se ha podido descubrir, todavía, el secreto de cómo el car- boncillo de ese lápiz permanece aguzado a través de las mil incidencias que atravieza la mano que lo blande. . . Martínez Luján trajo a las letras nacio- nales una elegancia de pura ley cuando nuestros bardos de fama lloraban por Graciela y Julieta en versos ripios. . . Cuidó de la pureza del vocablo. Amó la frase justa, cultivó el bien decir, la imagen bella, la fina idea, la intención certera. Plugo de filigranas y gallardías de expresión. Su pluma fue sapiente y Fénix: Revista de la Biblioteca Nacional del Perú. N.11 1955
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