Fénix 11, 331-347
338 FENIX veces. Discurseó en abundancia. Redactó el ideario villista de la revolución. Ganó muchos dineros. Gastó cien veces más de lo que hubo ganado. Anduvo en mil pendencias, lo atacaron con puños, palabras y pistolas. El atacó, a su vez, resueltamente. Su leyenda, clara y sombría, alternativamente, es la leyenda, acaso, más brillante que ningún otro artista de América lograra edificar. Un dia, manejando las tropas de Estrada, en Guatemala, parece que produjo cadáveres en grande; eso nadie lo sabe, pero, perdida la causa defendida por él, haIlóse en trances graves de fusilamiento imprescincfibIe. . . Un milMn de poetas levantaron las voces. Jefes de Estado, monarcas, cancilleres, expresaron su disconformidad con la medida.. . El poeta resultó, al fin, absuelto, aunque siempre culpable, pero una enfermedad tropical, pescada en la prisión, por poco lo suprime. . . Al cabo vino a Lima. Una mañana gris llegó en un carro extra- ordinario entre poetas y escritores ilustres de su ciudad nativa, que acudieron a bordo. Pronunciara palabras encendidas, poéticas, pimpollas. Entonces le co- nocí, perdido entre la masa del público curioso. Estaba envejecido y maltra- tado seriamente el bardo insigne. Sin embargo su olímpica actitud, que sugie- re la idea de verle caminar sobre su propio pedestal futurista, era como la de los viejos tiempos del comienzo. . . Aplausos, palmoteos, discursos, versos malos O peores, sonaron en su honor, pero a los pocos días se iniciaron algunas ironías ligeras en su pró. . . A los seis meses, le atacaban en masa, y al año le ile- gaban hasta el derecho manso de respirar el aire polvoroso de Lima. . . Al fin volvió a la cárcel. Le conocí una noche en el viejo Hospital Militar, albergue de revolucicjnat.ios y políticos de asaltos fracasados a los Poderes Públicos.. . Entonces compreridi cómo calumniaban al vate. Parco, sencillo, sobrio, duek de una increíble actividad en toda orden de cosas, comprensivo y amable, auspiciador y generoso. Chocano, movía desde aquella prisión mil asuntos: di- rigía su juicio, carteaba a todo el mundo, publicaba un periódico altanero, hacía bellos versos, discutía, atacaba y se reía con su risa fornida y saludable. . . Cierta vez, llamara al peluquero: un nipón vecinal. El poeta en piyama era algo así como un prior conventual chocolateado. La cara embadurnada de jabón, no se estaba tranquilo, el teléfono timbraba a cada rato y el nipón se veía obligado a esperar con la qavaja en ristre. En una de las interrupciones, el peluquero nos contó que ejercía la correspo~~salía de un diario toquinés y expresó su simpatía hacia el poeta y el deseo de poseer un retrato para en- viarlo a su tierra. . . Enterado el poeta, le pareció excelente el sucedido: -.Conquistaremos Asia, nos repuso, rascándose la barba enjabonost?. Y agregó, dirigiéndose a su fígaro: -Te daré mi retrato con autógrafo! E inclinándose, extrajo de un baúl, debajo de una mesa, un cartón con su efigie. Era un zincograbado que tenía por miles. . . Cuando quiso abo- narle, éste se negó a recibir. Entonces el poeta, dirigiéndose al grupo de no- sotros, acotó: -Me parece muy bien, en adelante cada vez que me afeite le otor- garé un autógrafo. . . PERCY GIBSON, JUGADOR DE BOLERO. . . Exteriormente, Percy Gibson da la impresión perfecta de un pastor anglicano. Vestido, por lo pronto, de riguroso luto; tocada la cabeza, de ca- bello tabaco, con chapeo de paño; algo místicamente arqueado el dorso, en- juto e1 cuerpo, largo el rostro encendido y sajón, la nariz afilada y los ojillos, Fénix: Revista de la Biblioteca Nacional del Perú. N.11 1955
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