Fénix 11, 94-125

LA NARIZ 103 2Vió la luz pública esa colección de poesías éditas e inhditas, consagra- das a la nariz del fiscal Manuei Antonio Colmenares? 2 0 los varios anuncios que la prom,etieron estaban únicamente destinados a doblegar la dureza del magistrado y a favorecer la maduración de la crisis política? 2 0 el desenca- denamiento de ésta aconsejó el abandono de los planes editoriales que debían promoverla? No cabe duda que siempre se ha reconocido especial jerarquía a la nariz, y no sólo como elemento que afirma, niega, quiebra o condiciona la belleza in- tegral del rostro, sino como expresión o símbolo de la personalidad. Con harta justeza lo advirtió Luciano, al puntualizar la importancia que en la belleza del rostro tiene "la corrección de la nariz", y al exagerar sus rasgos para convertir, la en objeto de burla: Tiene Nicón nariz superlativa, y a distancias enormes huele el vino; pero le es imposible llegar pronto al tonel clonde se halla contenido. Terieí3do su nariz doscientos codos, no ie bastan tres días del es tí^. ¡Bella nariz! Para pescrir le sirve muy buenos peces al pasar los ríos. Bien lo reconoció Horacio, al sugerir que una afección de la pituitaria empali- dece la donosura debida a la sabiduría, la riqueza o la hermosura. Algún sim- bolismo puede atribuirse al hecho de haberse llamado Nasón el cantor de la genealogía de los dioses romanos. Y reccrdemos que si el Arcipreste deseaba finamente afilada la nariz de la dama, veía luenga 13 que ostentaba su vieja dueña. Pero quien sabe si debemos a Baltasar Gracián la reflexión más aguda, equilibrada y original, acerca de la misión altiva y servil que a un mismo tiem- po desempeña la nariz . . .que es el sentido de ?a sagacidad! Y aun por eso las narices crecen por toda !a vida. Coincide con el rmpirar, que es tan necesario como eso. D i s c ~ ~ r n e el buen olor del ma!o y percibe que la buena fama es el aliento del ánimo. Daña mucho un aire corrupto: inficiona las entra- ñas. Huele, pues, atenta la sagacidad de una legua la fragancia o la hediondez de las costumbres, porque no se apeste el alma, y aún por eso está e a lugar tan eminente. Es guía del ciego, gusto que le avisa del manjar gastado y hace la salva en 90 que ha de comer. Goza de la fragan- c a de las flores y recrea el cerebro con la suavidad que despiden las vir- tudes, las hazañas y las glorias. Conoce los varones principales y los nobles, no en el olor material del ámbar, sino en el de sus prendas y ~rtcelenteshechos, obligados a ec2iar mejor olor de sí, que los plebeyos. --En gran manera anduvo próvida la naturaleza, dijo Andrenio, en dar a cada pr~tenciados empleos, uno más principal y otro menos, pe- Fénix: Revista de la Biblioteca Nacional del Perú. N.11 1955

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