Fénix 11, 94-125

netrando oficios para no multiplicar instrumentos. De esta suerte formó con tal disposición las nerices, que se pudiesen despedir por ellas con de- cencia las superfluidades de la cabeza. -Eso es en las n~ños,dijo Critilo, que en los ya varones más se purgan los excesos de las pasiones del ánimo y así sale por ellas el vien- to de la vanidad, el desvsnecimiento, que sueie causar vahidos peligro- sos y en algunos llega a trastornar el juicio. Desahógase también el corazón y evapóranse los humos de la fogosidad con mucha espera. Y tal vez a su sombra se suele disimular la más picante risa. Ayudan mu- cho a la proporción del rostro y, por poco que se desmanden, afean mucho. Son como el nomon del reloj del alma, que señala el temple de la condición. Las leoninas denotan el valor, las aguileñas la genero- ~ i dad , las prolongadas ia mansedumbre, las sutiles la sabiduría y las gruesas la necedad. Y, si de una parte deirnr Ea misión biológica, tanto como los afloramientos psi- coiógicos de la nariz, de otra mira en ella un arma "terrible y sangrienta", que "excede a las trompas de los elefantes7' cuando es fisgona; y atentos nosotros a la proyección de tales narices, hemos de lamenter con el propio Gracián que a veces eclipse u obnubilen "una sublime universalidad de prendas". Parcialmente inspirado en el epigrama de Luciano, el eminente don Francisco de Quevecío trazó cn un soneto aquella ingeniosa y celebrada hipér- bole : Erase un hombre a una nariz pegado, érase una nariz superlativa, érase una nariz sayón y escriba, érase un peje espada muy barbado. Era un reloj de sol mal encarado, érase una alquitara pensativa, érase un elefante boca arriba, era Ovidio Nasón más narizado. Erase un espolón de una galera, érase una pirámide de Egipto, las doce tribus de narices era. Erase un naricísimo infinito, muchísima nariz, nariz tan fiera que en la cara de Anás fuera delito. Pero, no obstante su impresionable miopía, también acertó a encarecer el defec- to de nariz en algunos romances, contribuyendo a precisar los niveles de un po- sible relieve. U Nicolás Gogol nos conduce a un inverosímil mundo de ficción, para referir la angustiosa historia del hombre que un buen día amaneció sin nariz y deambuló febrilmente, para hallar en la ciudad a quien se la hubiese arrebatado, porque el despojo hacía peligrar su ser, su felicidad familiar y su posición social. Fácilmente se deduce que la objetividad del efecto risible ocasionado a veces por los contornos de la nariz, así como la fácil comprensión de los sí- Fénix: Revista de la Biblioteca Nacional del Perú. N.11 1955

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