Fénix 11, 94-125

LA NARIZ 10 1 Pnterinamente promovido para ocupar una vocalía en la Corte Suprema ár Justicia (29-VIII-1841), Manuel Anton;u Colmenares se pronunció contra la validez del contrato que el gobierno había suscrito (29-XII-1840) con Francisco Quirós y Aquiles Allier, y por el cual se había reconocido a éstos el privilegio para exportar huano, durante un período de seis años y abonando al estado sólo una mínima suma de 60,000 pesos. Así determinó la formula- ción de un nuevo contrato (8-XII-1841), que proveía a la justa defensa de los intereses nacionales mediante la participación proporcional del. estado en las utilidades líquidas de la exportación. Y es evidente que se dió a este he- cho su justa significación, pues, al iniciarse la fecunda administración del general Ramón Castilla, algún sector de la opinión sugirió (10) la conveniea- cia de que el honesto magistrado ocupase el Ministerio de Guerra, para ciar principio a "la nueva y regeneradora era del Perú". Por breve tiempo ejerció la docencia en el Convictorio de San Carlos, cuando Bartolomé Herrera inició la reforma de los estudios profesionales; fué juez de alzada del Tribunal del Consulado (1844-1854); y, nuevamente, vocal de la Corte Superior de Justicia. Retiróse de la magistratura en 1859. Y murió el 12 de mayo de 1874. Con meridiana claridad se advierte que las risas del pueblo propaga- ron las sátiras consagradas por Felipe Pardo y Aliaga a la nariz del fiscal Manuel Antonio Colmenares, y les dieron resonancia. Que el poeta aguzó su ingenio, su traviesa picardía y su gracia pinturera, con el propósito de satis- facer la implacable malicia de las gentes. Que de esta azarosa coincidencia entre la intención del autor y el eco péiblico, de esta afinidad hallada por la poesía en el ánimo de sus lectores, nació uno de los más destellosos episodios de nuestra vida literaria. Y aún puede creerse que el propio poeta fuese quien mayor sorpresa alentó, al apreciar la fortuna alcanzada por sus composiciones: pues las inició con una imitación ocasional y luego elevó los tonos, acentuó los matices, creó imágenes, estudió variaciones, en forma tan sugestiva que toda ponderación es inferior a !a realidad. Una proyección social, tan súbita y profunda, puede hallar explica- ción en la "anécdota" que La Gaceta Mercantil insertó al día siguiente (27- VIII-1834) de haber aparecido en sus columnas el soneto quevedesco a La nariz: Ce!ebrair,os infinito haber contribuído a propngar el buen humcr Entre nuestros conciudadancs, Ayer conseguimos, sin pensar en ello, este be- néfico objeto, con la publicación de unos vercoc que nos remitió una mano desconocida. Serían las diez de la mañana cuindo miró un ami- go nuestro en una casa de comercio de esta capital, y halló escandali- zadisimos a todos los dependientes, quienes por primera vez veían reir a carcajadas a su patrón. Quisieron averiguar la causa de este fenó- (10) En El Comercio: Lima, 19-VI-1845. Fénix: Revista de la Biblioteca Nacional del Perú. N.11 1955

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