Fénix 12, 337-351
por José Arnaldo Márquez Fué en 1844 ó piincipios de 1845 cuando tuve Ia intime satisfacción dc conocer al gran poeta, autor del canto épico á la victa-ia de Junin, única composición de su genero en los anales de las letras ac~ericünas,en ese tiem- po y que continúa siendo10 hasta ahora. Principiaba yo entonces el primer aña de física, por cuyo motivo á pesar de mi corta edad se me trasladó al primer departamento del convictorio de San Carlos, donde se alojaban los estudiantes de jurisprudencia y los de las clases superiores. Se me dió por alojamiento el cuarto más pequeño en la planta baja de aquel claustro; y re- cuerdo distintamente que en una columna de madera qu-. quedaba frente a la puerta había grabadsls con cortoplumas las letras J. J. O., cuyo significado ignoraba yo, pero ohedecicndo al instinto de imitación y travesura propio de mis trece años me puse a grabar debajo de ellas las tres iniciales de mi nom- bre y apellido. Hallabanse en ese mismo depaitamento, José Gáívez, que cursaba su último año, y entre otros los hermanos Nemesio y Eloy Orbcgoso, hijos del antiguo prerldente cuyo primogénito se había educado en Londres bajo la dirección de don José Joaquin de Olmedo. Sabido es que este hombre ilustre, natural del Ecuador, había recibido su educación rn el antiguo convictorio de San Carlos. No es de extrañar, pues, que después de los violentos trastornos ocu- rridos en su patria y de hallarse constituído un nuevo gobierno á cuya for- mación contribuyó poderosamente, pensara en hacer un viaje á Lima, donde tenía tantos vinculos personales. Una mañana entró a mi cuarto Nemesio Orbcgoso y me exigió que saliera con él para ser presentadlo á un señor amigo de su familia. Me hallé así e n pleno claustro, en presencia de un caballero casi anciano, de poco me- nos que mediana estatura, de fisonomía bondadosa, tez blarica y ojos azules. -Señor Olinedo, -dijo Nemesio- le presento a usicd á un niño porta que es entusiasta admirador de las escritos de usted. O'medo demasiado conmovido para poder hablar, me puso paternal- mente su mano en la cabeza. Evidentemente el cúmulo de recuerdos de su primera juventud que despertaba en él cada uno de los objetos que e n ese momento tenía a la vis- te, le producía una emoción tan profunda que le embargaba la voz. -Y no quiero dejar de decir á usted que este caballerito se sabe de memoria desde la primera palabta hasta la úitima del canto a la victoria de Junín. El señor OImedo me estrechó entonces efusivamente la mano, tenía los ojos llenos de lágrimas, y se alejó lentamente. Desde entonces José Gálvez, los hermanos Orbegmo y el mismo 01- medo han pasado de la escena de esta vida: unos entre los resplandores de una gloriosa tragedia, otros en la tranquilidad del hogar; mientras yo, espe- rando mi turno en la oscuridad y el aislamiento de un humilde rincón, me entretengo repitiendo de memoria las estrofas del glorioso vate del Guayas. Fénix: Revista de la Biblioteca Nacional del Perú. N.12, 1956-1957
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